ADIVINANZAS
Blanco por dentro,
verde por fuera,
si quieres que te lo diga,
espera.
La pera
Oro parece,
pata no es
y el que no lo adivine,
bien tonto es.
El plátano
En el cielo un agujero
por el que se cuelan
los sueños.
La luna
En el cielo un agujero
que si lo miro
no lo veo.
El sol
En alto vive,
en alto mora,
en alto teje,
la tejedora.
La araña
Con las herramientas
que llevo al costado,
trabajo y escribo,
me peino y me lavo.
Una señorita,
muy aseñorada,
siempre va en coche
y siempre va mojada.
La lengua
Qué animal es el que
tiene rabo como un gato,
tiene orejas como un gato,
tiene bigotes como un gato,
tiene ojos como un gato,
y no es un gato.
La gata
Pequeña como un ratón,
guarda la casa como un león.
La llave
Lo siento pero no lo veo,
y aunque de él me rodeo
yo no lo veo,
lo siento.
El viento
ADIVINA LETRAS
Soy un palito muy derechito
y encima de la frente,
tengo un mosquito.
La I
En el mar y no me mojo,
en brasa y no me abraso,
en el aire y no me caigo,
y me tienes en tus brazos
La A
Dedos tiene dos,
piernas y brazos, no.
La D
En el medio del cielo estoy
sin ser lucero ni estrella,
sin ser sol ni luna bella;
a ver si aciertas quien soy.
La E
El burro me lleva a cuestas,
voy metida en un baúl,
yo no la tengo jamas,
y siempre la tienes tú.
La U
Bajo de un paraguas
sin varillero
van las dos patas
del mes de enero
La N
Generosa gracias
a ti existe,
y en garganta
dos veces insiste.
La G
Hermanas gemelas son,
y nunca las veras con el sol.
la LL
Vence al tigre, vence al león,
vence al toro embravecido,
vence a soñadores y reyes,
que a sus pies caen redondos.
El sueño
Lo guardas en el frigorífico.
Pero ni es fruta ni refresco.
Cuando está, es magnífico
quedarse a cubierto.
Cuando lo sientes, te abrigas.
Hace mucho en enero.
A veces te resfría.
A veces viaja en el viento.
La nieve es su amiga.
Y convierte el agua en hielo.
En verano se te olvida
y lo recuerdas en invierno.
Ahora, adivina:
¿quién es este fresco?
El frío
Ojo al poema.
Pon atención,
que ya te he dicho la solución,
Los hay negros y verdes.
No necesitan pilas.
Perros y gatos tienen,
y también las gallinas,
los hombres y las mujeres,
y hasta las hormigas.
dos rayas cuando duermen.
dos joyas cuando miran.
Los tuyos ahora leen.
¿A que lo adivinas?
Los ojos
Soy ave hasta la mitad.
Llana de mitad abajo.
Soy redondita y marrón
y no tengo un solo gajo.
Llana de mitad abajo.
Soy redondita y marrón
y no tengo un solo gajo.
Avellana
Cosida ésta en la ropa;
tiene dientes, pero no boca;
corre sin tener pies.
Adivina lo que es.
Cremallera
Tiene lomo y no anda.
Tiene hojas y no es planta.
Sabe mucho y no habla.
¿Qué es?
Libro
Una vieja con un diente
que está llamando a toda la gente.
Campana
Somos dos lindos gemelos
del mismo modo vestidos,
morimos todas las noches
Salimos cuando anochece,
nos vamos al cantar el gallo,
y hay quien dice que nos ve
cuando les pisan un callo.
Las estrellas
Doy calorcito,
soy muy redondo,
salgo tempranito,
y por la tarde me escondo.
El sol
¿Qué cosa es
que silba sin boca,
corre sin pies,
te pega en la cara
y tú no la ves?
El viento
Tengo la boca encendida,
echa llamas mi garganta,
mi nariz está muy negra,
conmigo el frío se espanta.
¿ Qué soy?
La chimenea
A pesar de tener patas
yo no me puedo mover;
llevo encima la comida
y no puedo comer.
Mi ama baila conmigo,
limpiando la casa;
mi cuerpo es largo y estrecho,
tengo la cola muy ancha.
Escoba
Doce señoritas, sentadas
en un redondel,
todas tienen medias
y ninguna tiene pies.
¿Qué es?
Reloj
Adivina, adivinanza. ¿Qué animal es?
Salgo al campo por la noche;
mi forma es la de un gusano,
y enciendo mi lucecita
para alumbrar el verano.
La luciérnaga
Nazco de un huevo pequeño
con una cola muy larga;
cuando ésta cae, ando a saltos,
y estoy muy bajo el agua.
La rana
Llevo yo mi casa al hombro,
camino con una pata,
y voy marcando mi huella
con un hilito de plata.
Caracol
Tiene famosa memoria,
fino olfato y dura piel,
y las mayores narices
que en el mundo pueda haber.
Elefante
Un bicho verde,
toma el sol en la pared,
corre que te corre
buscando va que comer.
Mi picadura es dañina,mi cuerpo insignificante,
pero el néctar que yo doy
os lo coméis al instante.
Abeja
Nunca camina por tierra,
ni vuela, ni sabe nadar,
pero aún así siempre corre,
sube y baja sin parar.
Araña
Me llamo leo
me apellido pardo
quien no lo adivine
es un poco tardón
SOY:
Leopardo
Tengo una larga melena,
soy fuerte y muy veloz,
Abro la boca muy grande
y doy miedo con mi voz.
Tiene bigotes
y no tiene barba
come ratones
si los atrapa
SOY:
Gato
Dos pinzas tengo,
hacia tras camino,
de mar o río,
en el agua vivo.
¿Quien soy?:
Cangrejo
Negras o rojas
siempre en profesión
adivina quien soy.
¿Quien soy?:
Hormiga
Es la reina de los mares,
su dentaduras es muy buena
y por no ir nunca vacía,
Siempre dicen que va llena.
¿Quién soy?:
Ballena
El mar es donde vivo,
boca grande y muchos dientes,
soy también el mas tímido.
¿Quien soy?
Tiburón
Soy muy pequeñita
roja redondita
y si tu te fijas
puedo volar.
Siete manchas negras
seis patas,
dos antenas
y una sonrisa genial
¿Quien soy?
Mariquita
Unas ventanas,
y un portalito,
y una chimenea
sobre un tejadito.
¿Quién soy?
La casa
La casa
Ventanas azules,
verdes escaleras,
muros amarillos
con enredaderas
y en el tejadillo
palomas caseras.
La casa
Vivo dentro de ella
y el caracol también.
Él la lleva a cuestas
y yo nunca podré.
La casa
La casa
Vivo dentro de ella
y el caracol también.
Él la lleva a cuestas
y yo nunca podré.
La casa
En casa me ves pequeño,
en zorra siempre me ves,
pero al revés.
¿Qué soy?
El arroz
Soy viejo arrugado
que si me echan al agua
me pongo gordito.
¿Qué soy?
El garbanzo
Soy blanca como la nieve
y dulce como la miel,
yo alegro los postres
y la leche con café.
¿qué soy?
El azúcar
Pin, pon,
pin, pon,
en la malla
tropezó.
Pin,pon,
pin,pon,
pin, pon,
del tablero
se salió.
Pin,pon,
pin, pon,
este juego
se ganó.
Pin, pon,
pin, pon,
este juego
se acabó.
¿Qué soy?
La pelota o el ping pong
Once detrás de la bola
que disputan a otros cuantos;
todos corren sin parar
porque quieren lograr tantos.
El futbol
Once jugadores,
del mismo color
diez van por el campo
detrás del balón.
SOY EL:
El fútbol
Juegan en la cancha
mas altos que bajos
meten la pelota
dentro de aros.
SOY EL:
Si voy en zig
tu vas en zag,
si pego en ting
tu das en tang.
------------
El baloncesto
Si voy en zig
tu vas en zag,
si pego en ting
tu das en tang.
El ping pong
Un armario frío
con luz interior,
guarda alimentos
y les da frescor.
¿Qué es?
La nevera
¡Si!
Señor es la NEVERA,
que mantiene sin dañar,
si señor es la NEVERA
lo que quieras conservar.
Mucha ropa sucia
dentro de un bidón,
gira muy deprisa
con agua y jabón.
------------
Si quieres ducharte
sin estornudar,
debes encenderlo
antes de empezar.
¿Qué es?
Calentador
Si EL CALENTADOR
de agua,
que funciona con gas.
EL CALENTADOR
de agua una chispa
y nada más.
-----------
Esa señora
llamada Dora
lava la ropa
a cualquier hora.
-----------
Esa señora
llamada Dora
lava la ropa
a cualquier hora.
Lavadora
Veintiocho caballeros,
espaldas negras y lisas,
delante, todo agujeros,
por dominar se dan prisa.
¿Qué soy?:
El domino
Once jugadores
del mismo color,
diez van por el campo,
detrás de un balón.
¿Qué soy?:
El fútbol
El rey y la reina
con varios peones
caballos y torres
combaten y comen.
¿Qué soy?:
El ajedrez
Tiro con el dado
y muevo la ficha,
sin prisa, sin prisa;
me toca esperar,
me toca avanzar.
¡Y mi suerte no es poca,
pues tiro porque me toca!
El parchís
Son mis fichas amarillas,
rojas, azules y verdes,
si las comes y las pillas,
tu te cuentas hasta veinte.
¿Qué soy?:
El parchís
El parchís
No son canas pequeñicas
y ni siquiera son canas;
son redondas y muy chicas,
y hasta parecen hermanas.
Las canicas
Bolitas pequeñas,
de metal o de cristal,
mételas en el hoyo
y nunca perderás.
¿Qué soy?:
Las canicas
Si sumas uno más uno
evidente que da dos,
y si da dos te descubro
dos veces la solución.
de este juego de salón.
¿Qué soy?:
Las cartas
Todos me pisan a mí,
pero yo no piso a nadie;
todos preguntan por mí,
Adivina adivinador
¿Cual es el árbol
que no da flor?
Tres cuevas en la montaña:
¿quién me las podrá encontrar?
En dos el aire va a entrar.
La tercera el vidrio empaña.
La higuera
Alegran el campo,
con sus colores,
perfuman la tierra
con olores
¿que es?
Las flores
En primavera te deleito,
en verano te refresco,
en otoño te aliento,
y en invierno te caliento.
¿que soy?
El árbol
Con mi cara roja
mi ojo negro
y mi vestido verde
el campo alegro
¿ quien soy ?
La amapola
De la tierra voy
y del cielo he de volver,
soy la vida de los campos
que los hace florecer.
¿ Quien soy ?
El agua
Salgo en otoño
y el bosque lleno,
sabrás quien soy
por mi sombrero
¿quien soy?
La seta
Doy al cielo resplandores
cuando deja de llover:
abanico de colores,
que nunca podrás coger.
cuando deja de llover:
abanico de colores,
que nunca podrás coger.
El arcoiris
Duerme bien en su cunita,
a veces es un llorón,
pero también se sonríe
tomando el biberón.
¿que soy?
El bebe
Tengo 87 años y me llamo señora
me gusta el helado
y siempre miro la hora
Pd: me gusta tejer y bordar.
y siempre miro la hora
Pd: me gusta tejer y bordar.
¿quien soy?
La abuela
Por la vía voy,
por la vía vengo
y en alguna estación,
un ratito me entretengo.
¿Soy?:
El tren
Ni de día ni de noche,
puede mi vela alumbrar,
pero cuando sopla el viento,
muy bien suelo navegar.
¿Soy?:
El barco
Con mis grandes olas
y cuerpo de hierro,
vuelo a todos los países;
si quieres te llevo.
¿Soy?:
El avión
Doy calorcito,
soy muy redondo,
salgo prontito
y tarde me escondo.
¿ que soy ?
El sol
Sin ser rica tengo cuartos
y sin morir nazco nueva
y a pesar de que no como
hay noches que luzco llena.
¿ que soy ?
La luna
Siempre quietas,
siempre inquietas,
dormidas de día
y de noche despiertas.
¿ que soy ?
Las Estrellas
Soy el segundo más grande,
rodeado de anillos
y poseo más satélites que otros.
¿ Quien soy ?
Saturno
¿Qué cosa es esa cosa
que entra en el río
y no se moja?
que entra en el río
y no se moja?
El rayo
Redondo, redondo
como un pandero,
quien me toma en verano
debe usar sombrero.
como un pandero,
quien me toma en verano
debe usar sombrero.
El sol
Niños y niñas lo usan,
cuando el frío aprieta,
y a todos les gustan
porque abrigan las orejas.
¿Que soy?:
Los sombreros
Mi avión es una escoba,
negra y fea me verán
persigo siempre a las hadas,
que al verme se escaparan.
¿Que soy?:
La bruja
Salimos de oriente,
con rumbo a Belén,
si quieres juguetes,
escribe a los tres.
¿Quienes somos?:
Los reyes
Con dos huevos
y una sartén,
hago tortillas
en un santiamén.
¿Quien soy?:
El cocinero
En la mano
una manguera
en los pies
una escalera,
siempre me verás
donde haya una hoguera.
¿Quien soy?:
El bombero
Me sirven para correr,
me sirven para andar en bicicleta,
las tengo que utilizar
¿Quien soy?
Las piernas
¿quién me las podrá encontrar?
En dos el aire va a entrar.
La tercera el vidrio empaña.
La nariz
Al revolver una esquina,
vi un convento abierto;
más arriba, dos ventanas;
más arriba, dos espejos;
arriba, una montaña
donde se pasean
los señores caballeros.
vi un convento abierto;
más arriba, dos ventanas;
más arriba, dos espejos;
arriba, una montaña
donde se pasean
los señores caballeros.
La cara
Dos cajitas de sinrazón
se abren y se cierran
y no meten son.
se abren y se cierran
y no meten son.
Las pestañas
Hermanos inseparables,
soportamos un gran peso.
La tierra nos da su beso,
porque somos incansables.
soportamos un gran peso.
La tierra nos da su beso,
porque somos incansables.
Los pies
Te sirve para escribir,
dibujar, señalar y sentir.
dibujar, señalar y sentir.
Los dedos
REFRANES
DE PRIMAVERA
En Marzo, la veleta´
ni dos horas está quieta.
--------
Marzo ventoso y abril lluvioso
sacan a mayo florido y hermoso.
--------
Marzo es loco y abril no poco.
--------
En abril, aguas mil,
si no al principio, al medio al fin.
Caracoles de abril para mí
los de mayo para mi hermano,
y los de junio para ninguno.
--------
Agua agua por mayo,
pan para todo el año.
---------
Agua de junio, mi fortunio.
----------
Mayo y junio, haciendo un mes,
el mejor del año es.
------------
En primavera,
la sangre altera.
Para todos los santos
la nieve en los altos.
Para San Andrés
la nieve en los pies.
Treinta días trae noviembre con abril, junio y septiembre;
de veintiocho sólo hay uno,
los demás de treinta y uno.
Antes se pilla,
aun mentiroso
que a un cojo.
Agua que no has de beber,
déjala correr
Donde comen dos,
comen tres.
Perro labrador,
poco mordedor.
El que se fue a Sevilla
perdió su silla.
Rojo es el tomate
los tomates,
rojos y si no te enteras
habré los ojos.
Aunque la mona
se vista de seda,
mona se queda.
En boca cerrada
no entran moscas.
ACERTIJOS
¿ Cómo se debe decir:
<< la yema del huevo es blanca>>
o <<la yema del huevo esta blanca>>?
RESPUESTA: De ninguna manera ya que la yema es amarilla.
¿Cuál es el instrumento musical
que tiene una cuerda?
¿Cuál es el día mas
largo de la semana?
RESPUESTA: El miércoles, en letras, porque los días duran todos igual.
Unos meses tienen
treinta días y otros treinta y uno.
¿Cuantos meses tienen
veintiocho días?
RESPUESTA: Si has dicho febrero te has colado porque unos tienen treinta otros treinta y uno, pero todos tienen veintiocho días.
¿cuál es el animal que
tiene mas dientes?
¿Qué hace un pueblo pequeño
cuando se pone el sol?
RESPUESTA: Pues pasa lo mismo que en uno grande, se hace de noche.
Tienes una caja de cerillas,
¿qué necesitas para encender una vela?
RESPUESTA: Aun que tengas cerillas necesitas que la vela este apagada.
¿Qué es lo que se compra
para comer y no se come?
RESPUESTA: Pues por ejemplo cuchara, plato y vaso.
Estáis siete amigos juntos
y solo tenéis un paraguas.
¿Qué necesitáis para no mojaros?
RESPUESTA: Pues que no llueva.
¿De que color es el caballo
blanco de Santiago?
RESPUESTA: Pues blanco o no sabes que un caballo blanco siempre es blanco.
¿Como se escribe
<<Durmiendo o dormiendo>>
RESPUESTA: Si eres capaz de escribir durmiendo.¡Enhorabuena! eres un ser extraordinario. Para escribir, yo siempre estoy despierto.
¿Cual es el animal
que utiliza la cabeza para andar
y poner huevos?
RESPUESTA: El piojo utiliza la cabeza de la gente para andar por ella y alli, pegados a los pelos, pone los huevos que son liendres.
Este es el acertijo
muy, pero que muy difícil:
¿Cual es la palabra
que tiene cinco ies?
RESPUESTA: Pues si es muy difícil: Cinco ies tiene dificilisimo.
¿Qué es lo que
esta siempre en
medio del mar?
¿ Cómo se debe decir:
<< la yema del huevo es blanca>>
o <<la yema del huevo esta blanca>>?
RESPUESTA: De ninguna manera ya que la yema es amarilla.
¿Cuál es el instrumento musical
que tiene una cuerda?
RESPUESTA: Podrías decir el rabel, pero igual no lo conoces, la solución es la campana.
largo de la semana?
RESPUESTA: El miércoles, en letras, porque los días duran todos igual.
Unos meses tienen
treinta días y otros treinta y uno.
¿Cuantos meses tienen
veintiocho días?
RESPUESTA: Si has dicho febrero te has colado porque unos tienen treinta otros treinta y uno, pero todos tienen veintiocho días.
¿cuál es el animal que
tiene mas dientes?
RESPUESTA: Si has dicho cocodrilo tiburón incorrecto el que mas dientes tiene, es el Ratoncito Perez porque puede tener tuyos también.
cuando se pone el sol?
RESPUESTA: Pues pasa lo mismo que en uno grande, se hace de noche.
Tienes una caja de cerillas,
¿qué necesitas para encender una vela?
RESPUESTA: Aun que tengas cerillas necesitas que la vela este apagada.
¿Qué es lo que se compra
para comer y no se come?
RESPUESTA: Pues por ejemplo cuchara, plato y vaso.
Estáis siete amigos juntos
y solo tenéis un paraguas.
¿Qué necesitáis para no mojaros?
RESPUESTA: Pues que no llueva.
¿De que color es el caballo
blanco de Santiago?
RESPUESTA: Pues blanco o no sabes que un caballo blanco siempre es blanco.
¿Como se escribe
<<Durmiendo o dormiendo>>
RESPUESTA: Si eres capaz de escribir durmiendo.¡Enhorabuena! eres un ser extraordinario. Para escribir, yo siempre estoy despierto.
¿Cual es el animal
que utiliza la cabeza para andar
y poner huevos?
RESPUESTA: El piojo utiliza la cabeza de la gente para andar por ella y alli, pegados a los pelos, pone los huevos que son liendres.
Este es el acertijo
muy, pero que muy difícil:
¿Cual es la palabra
que tiene cinco ies?
RESPUESTA: Pues si es muy difícil: Cinco ies tiene dificilisimo.
¿Qué es lo que
esta siempre en
medio del mar?
RESPUESTA: La a
CHISTES
Un ratón entra a un ascensor.
El ascensorista le pregunta:
__¿Qué piso?
Y el ratón responde dolorido:
__¡Mi colita!
Estaban dos ratitas paseando,
y dice una:
__¡Mira, un murciélago!
__No, es mi novio, que es piloto.
__En una carretera de animales,
¿cuál llega el ultimo?
__El del-fin.
Un mosquito le dice a su papá:
__Papá, voy al cine.
__Está bien.
Pero cuidado con los aplausos.
TABLAS DE MULTIPLICAR
Estudiar las tablas de multiplicar
y aprender mucho.
0 x 0 = 0 1 x 0 = 0 2 x 0 = 0 3 x 0 = 0
0 x 1 = 0 1 x 1 = 1 2 x 1 = 2 3 x 1 = 3
0 x 2 = 0 1 x 2 = 2 2 x 2 = 4 3 x 2 = 6
0 x 3 = 0 1 x 3 = 3 2 x 3 = 6 3 x 3 = 9
0 x 4 = 0 1 x 4 = 4 2 x 4 = 8 3 x 4 = 12
0 x 5 = 0 1 x 5 = 5 2 x 5 = 10 3 x 5 = 15
0 x 6 = 0 1 x 6 = 6 2 x 6 = 12 3 x 6 = 18
0 x 7 = 0 1 x 7 = 7 2 x 7 = 14 3 x 7 = 21
0 x 8 = 0 1 x 8 = 8 2 x 8 = 16 3 x 8 = 24
0 x 9 = 0 1 x 9 = 9 2 x 9 = 18 3 x 9 = 27
0 x 10 = 0 1 x 10 = 10 2 x 10 = 20 3 x 10 = 30
_________________________________________________________
4 x 0 = 0 5 x 0 = 0 6 x 0 = 0 7 x 0 = 0
4 x 1 = 4 5 x 1 = 5 6 x 1 = 6 7 x 1 = 7
4 x 2 = 8 5 x 2 = 10 6 x 2 = 12 7 x 2 = 14
4 x 3 = 12 5 x 3 = 15 6 x 3 = 18 7 x 3 = 21
4 x 4 = 16 5 x 4 = 20 6 x 4 = 24 7 x 4 = 28
4 x 5 = 20 5 x 5 = 25 6 x 5 = 30 7 x 5 = 35
4 x 6 = 24 5 x 6 = 30 6 x 6 = 36 7 x 6 = 42
4 x 7 = 28 5 x 7 = 35 6 x 7 = 42 7 x 7 = 49
4 x 8 = 32 5 x 8 = 40 6 x 8 = 48 7 x 8 = 56
4 x 9 = 36 5 x 9 = 45 6 x 9 = 54 7 x 9 = 63
4 x 10 = 40 5 x 10 = 50 6 x 10 = 60 7 x 10 = 70
_________________________________________________
8 x 0 = 0 9 x 0 = 0 10 x 0 = 0
8 x 1 = 8 9 x 1 = 9 10 x 1 = 10
8 x 2 = 16 9 x 2 = 18 10 x 2 = 20
8 x 3 = 24 9 x 3 = 27 10 x 3 = 30
8 x 4 = 32 9 x 4 = 36 10 x 4 = 40
8 x 5 = 40 9 x 5 = 45 10 x 5 = 50
8 x 6 = 48 9 x 6 = 54 10 x 6 = 60
8 x 7 = 56 9 x 7 = 63 10 x 7 = 70
8 x 8 = 64 9 x 8 = 72 10 x 8 = 80
8 x 9 = 72 9 x 9 = 81 10 x 9 = 90
8 x 10 = 80 9 x 10 = 90 10 x 10 = 100
A ver si te las has aprendido,
¿Cuanto has estudiado?
0 x 0 = 1 x 0 = 2 x 0 = 3 x 0 =
0 x 1 = 1 x 1 = 2 x 1 = 3 x 1 =
0 x 2 = 1 x 2 = 2 x 2 = 3 x 2 =
0 x 3 = 1 x 3 = 2 x 3 = 3 x 3 =
0 x 4 = 1 x 4 = 2 x 4 = 3 x 4 =
0 x 5 = 1 x 5 = 2 x 5 = 3 x 5 =
0 x 6 = 1 x 6 = 2 x 6 = 3 x 6 =
0 x 7 = 1 x 7 = 2 x 7 = 3 x 7 =
0 x 8 = 1 x 8 = 2 x 8 = 3 x 8 =
0 x 9 = 1 x 9 = 2 x 9 = 3 x 9 =
0 x 10 = 1 x 10 = 2 x 10 = 3 x 10 =
_________________________________________________________
4 x 0 = 5 x 0 = 6 x 0 = 7 x 0 =
4 x 1 = 5 x 1 = 6 x 1 = 7 x 1 =
4 x 2 = 5 x 2 = 6 x 2 = 7 x 2 =
4 x 3 = 5 x 3 = 6 x 3 = 7 x 3 =
4 x 4 = 5 x 4 = 6 x 4 = 7 x 4 =
4 x 5 = 5 x 5 = 6 x 5 = 7 x 5 =
4 x 6 = 5 x 6 = 6 x 6 = 7 x 6 =
4 x 7 = 5 x 7 = 6 x 7 = 7 x 7 =
4 x 8 = 5 x 8 = 6 x 8 = 7 x 8 =
4 x 9 = 5 x 9 = 6 x 9 = 7 x 9 =
4 x 10 = 5 x 10 = 6 x 10 = 7 x 10 =
_________________________________________________
8 x 0 = 9 x 0 = 10 x 0 =
8 x 1 = 9 x 1 = 10 x 1 =
8 x 2 = 9 x 2 = 10 x 2 =
8 x 3 = 9 x 3 = 10 x 3 =
8 x 4 = 9 x 4 = 10 x 4 =
8 x 5 = 9 x 5 = 10 x 5 =
8 x 6 = 9 x 6 = 10 x 6 =
8 x 7 = 9 x 7 = 10 x 7 =
8 x 8 = 9 x 8 = 10 x 8 =
8 x 9 = 9 x 9 = 10 x 9 =
8 x 10 = 9 x 10 = 10 x 10 =
Busca la sopa de letras,
así: Aprende, diviértete
y pasa un buen rato,
con tus hij@s, familia y amig@os.
CUERPO HUMANO
NOMBRES PROPIOS DE PERSONA
DE ESCUELA
TRANSPORTES
PRENDAS DE VESTIR
ANIMALES
FRUTAS Y VERDURAS
COMIDAS
DE ARBOLES
DE VACACIONES
NÚMEROS EN INGLES
COLORES
GREGUERÍAS
La T es el martillo del abecedario.
La B es el ama de cría del abecedario.
La q es la p que vuelve de paseo.
La Ñ es la N con bigote.
La I es el dedo meñique del alfabeto.
El 8 es el reloj de arena de los números.
El libro es un pájaro con más de cien alas para volar.
El bebé se saluda a sí mismo así mismo dando la mano a su pie.
La pulga hace guitarrista al perro.
La leona es un león que hubiese ido a la peluquería.
CARACOLA
Me han traído una caracola.
Dentro le canta
un mar de mapa.
Mi corazón
se llena de agua
con pececillos
de sombra y plata.
Me han traído una caracola.
LIMERICKS
__Una vaca que come come con cuchara
y que tiene un reloj en vez de cara,
que vuela y habla inglés,
sin duda alguna es
una vaca rarísima muy rara.
__Hace tiempo que tengo una gran duda:
hay una vaca que jamas saluda,
le hablo y no contesta.
Pues bien, la duda es esta:
¿será maleducada o será muda?
__ Una hormiga podrá tener barriga
que nadie desconcierta ni fatiga.
Lo que a toda la gente
le parece indecente
es tener una hormiga en la barriga.
__Un canario que ladra si está triste,
que come cartulina en vez de alpiste,
que pasea en coche
y toma el sol de la noche,
estoy casi segura que no existe.
__¿Sabes por qué la garza colorada
sobre una sola pata esta apoyada?
Porque le gusta más,
y piensa que, quizás,
si levanta las dos se cae sentada.
CUENTOS
A MI PRIMER NIETO
La media luna es una cuna,
¿ y quién la briza!;
y el niño de la media luna,
¿qué sueños riza?
La media luna es una cuna,
¿quién la mece?;
y el niño de media luna,
¿para qué crece?
La media luna es una cuna,
va a la luna nueva;
y al niño de la media luna,
¿quién me lleva?
REGALOS DE NAVIDAD
La Navidad se acerca, fiesta hermosa;
No hay niño que no espere alguna cosa.
Pero con tanta cosa y tanto crío,
me encuentro, de verdad, en un gran lío.
No te sorprenderá, porque esta vez
se trata de diez chicos, justo diez:
Por ejemplo, no sé si hay confusión...,
Moncho quiere un caballo de pulsera.
Al gran Juanín, audaz y aventurero,
le regalo un sombrero de jarrones.
A la fresca y simpática Teresa
le ofrece un helado de pintor.
Para que lo acaricie, mime, achuche,
daré a Magda un osito de muñecas.
Juli, amiga de fiestas y salones,
merece una pareja de patatas.
Y mi sobrina, Flor, tan zalamera,
tendrá su relojito de cartón.
Al comilón de Luis -si no, me mata -
le guardo una tortilla de frambuesa.
Agustín, el regalo es casi un lujo,
recibe un gran estuche de vaquero.
Pepe, que es un artista superior,
aspira a una paleta de peluche.
Y a la linda Mimí, la de las pecas,
le compro una casita de dibujo.
¿Que esto no es una poesía, que no "pega"?;
tienes mucha razón, nadie lo niega.
Pero en vez de reírte como un loco,
a ver si puedes ayudarme un poco.
Si no, estoy listo, ¡qué calamidad!,
¡qué regalitos esta Navidad!
EL CUENTO DEL HABA
¿Quieres que te cuente
el cuento del haba
que nunca se acaba?
_sí, cuéntamelo.
_Yo no te digo eso, yo te digo
si quieres que te cuente
el cuento del haba
que nunca se acaba.

DON JUAN DE LAS CASAS BLANCAS
_Don Juan de las casas Blancas.
_¿Qué manda su señoría?
_¿Cuántos panes hay en el horno?
_ Veinticinco y uno quemado.
_Quién lo quemo?
_El fuego lo a quemado.
_¿Dónde esta el fuego?
_El agua lo ha apagado.
_¿Dónde está el agua?
_Los bueyes la han bebido.
_¿Dónde están los bueyes?
_A ladrar se han ido.
_¿Dónde está la labranza?
_Las gallinitas las han escarbado.
_¿Dónde están las gallinitas?
_A poner huevos se han ido.
_Dónde están los huevos?
_El fraile los ha cogido.
_¿Dónde está el fraile?
_¡Allí arribita tocando las campanas!
¡Tilín-talán,tilín-talán!
LA CARACOLA
Dentro de esta caracola
ruge un mar contra una playa,
en la que quizá alguien haya
hallado otra caracola
que ahora se acerca al oído
para escuchar el sonido
de las paulatinas olas
que se rompen en la playa,
en la que quizá alguien haya
hallado otra caracola
que alguien como yo se acerca
al oído y oye terca
cómo rompe la mar sola
sus olas en otra playa,
en la que quizá alguien haya
hallado otra caracola.
Y así, dentro de cada una,
otra playa y otro abismo
y quizá nosotros mismos
-este mar con esta luna-
estemos dentro de alguna
caracola colosal,
que alguien se acerca al oído
para escuchar el sonido
que hace nuestra soledad.
EL CUENTO DEL PAN PARAPULES
¿Quieres que te cuente el cuento
del pan parapules,
el de las bragas azules?
y el culo al revés?
¿Quieres que te lo cuente otra vez?
EL CUENTO DE LA BUENA PIPA
_¿Quieres que te cuente un cuento
de la buena pipa?
_Vale, cuéntamelo.
_Yo no digo: <<vale, cuéntamelo>>; yo digo
si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa,
_Como quieras.
_Yo no digo: <<como quieras>>; yo digo si
quieres que te cuente el cuento de la buena pipa.
_.... Ahora sigue tu con el cuento de la pipa,
que te salgan muchas rimas y te diviertas,
con el cuento de la buena pipa...
EL CUENTO DE LAS TRES HIJAS DEL REY
Una vez era un rey
que tenia tres hijas
las metió en tres botijas
y las cubrió con pez.
¿Te lo cuento otra vez?
Una vez era un rey
que tenia tres hijas
las metió en tres botijas
y las cubrió con pez.
¿Te lo cuento otra vez?
EL CUENTO DE LA HORMIGA
Esta era la hormiga
que de un hormiguero
salió con salero
y entró en un granero
y un grano de trigo
le robó al labriego
Y salió otra hormiga
del mismo hormiguero
con mucho salero
y entró en un granero
y un grano de trigo
le robó al labriego.
Y salió otra hormiga...
A ver cuantas hormigas
consigues sacar tú...
EL CINE DE LAS SABANAS BLANCAS
¡Señores dragones
y dragonas damas,
llevad a los peques
rápido a la cama,
que comienza el cine
de "sábanas blancas"!
¡Locas aventuras,
feroces piratas,
duros detectives,
aguerridas damas,
viajes espaciales,
princesas y hadas,
indios y vaqueros,
selvas africanas....!
División sin fin,
que no cuesta nada,
porque en este cine
no se paga entrada
y tienes segura
butaca de cama.
¡Silencio, que empieza!
Se apagan más lámparas,
se encienden los sueños
sobre las pantallas...
Hoy veréis el cine
de "sabanas blancas".
LA VACA ESTUDIOSA
Había una vez una vaca
en la Quebrada Humahuaca
Como era muy vieja, muy vieja,
estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo:
_¿Por qué no puedo estudiar yo?
La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y aviones.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.
Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos.
Y en ese lugar de Humahuaca
la única sabia fue la vaca.
PUPURRIS DE CUENTOS CORTOS
CUENTO DE LA VIEJA Y EL CESTO
Una vez era una vieja y un cesto
y mi cuento acabó en esto
_____
EL CUENTO MAS BREVE DEL MUNDO
Había una vez un fin
______
CUENTO PARA CONTAR A UN BEBÉ
Te voy a contar el cuento del Sol,
dame un besito que ya se acabó.
______
CUENTO DEL MOMENTO
Te voy a contar un cuento
que se acaba en este momento.
_____
CUENTO DE LOS TRES SEGUNDOS
Te voy a contar un cuento
para dar la vuelta al mundo,
solo dura tres segundos
y ya se acabó el tiempo.
______
EL CUENTO DEL PARAGUAY
Voy a contarte un cuento,
un cuento del Paraguay
que como es un cuento breve
cuando se <<para>> es <<guay>>,
¡ay!
______
DOS CUENTOS POR UN CUENTO
Si me contaras un cuento
yo te contaría dos:
uno es un cuento de viento,
el otro es un cuento sin voz.
_____
CUENTO DEL BURRO CANSADO
Te voy a contar un cuento
de un burro cansado
que con solo comenzarlo
el cuento ya está acabado.
EL BOSQUE DE LOS CUENTOS
En los árboles genealógicos
viven familias enteras.Los más
pequeños viven en las ramas
de abajo. Sus padres, en
las ramas del segundo piso.
Los abuelos, en las del tercero.
Los bisabuelos,en las del cuarto....
______
A veces, abajo del todo hay
una sola rama. Son los
árboles de familias que tienen
un solo hijo o una sola hija.
_______
Hay árboles de muchos
tipos en el Bosque de
los Árboles Genealógicos.
Pero todos ellos encierran
un sinfín de historias,
ocultas muchas veces en
las ramas más altas.
_____
Otras veces solo hay una rama en
el segundo piso... Hay árboles muy
grandes que parecen tilos. Y árboles
delgados como un chopo. Incluso hay
árboles con ramas de distintos colores.
ÉRASE QUE SE ERA
Érase que se era
una vieja bruja dentro de una pera.
Érase que se era... Pero, dime ¿qué pasó?
La pera era de agua y la bruja se ahogó.
Érase que se era
una niña oculta dentro de una cueva.
Érase que se era... Pero, dime ¿Qué pasó?
Tardaron en encontrarla y la pobre se durmió.
Érase que se era
una ballenita en una pecera.
Érase que se era... Pero, dime ¿qué paso?
La ballenita se hizo grande y la pecera se rompió.
Érase que era
un conejo blanco en mi cabecera.
érase que era...Pero, dime ¿qué pasó?
El conejo era de un mago y sin más desapareció.
CUANDO EL SOL SE VA
Cuando el sol se va,
espolvorea estrellas.
Avisa a los búhos.
Ilumina a las luciérnagas.
Enseña canciones a los grillos.
Despierta a la luna dormilona.
Susurra nanas a los bebes.
Y vela los sueños de los niños y mayores.
¡Es mucho trabajo!
Por eso, el pequeño de la casa
necesita descansar.
Juega todo el día,
el niño juega, juega....
pero nunca se cansa.
Pero nunca es fácil dormirlo.
También el niño tiene miedo a veces.
Otras, se despierta a media noche.
Incluso hay noches que se despierta mas de una vez.
JEROGRIFICOS
Jugando a detectives:
El señor Holmes ha encontrado estos jeroglíficos escritos en un papel, pero ha olvidado su lupa en casa y no puede leerlos. ¿Quieres ayudarle a descifrarlos?
Martes
Dos personas que no
están solteras,
¿cómo están?
Casados
El muñeco de madera
que si dice mentiras
le crece la nariz.
Pinocho
Cuando tienes una foto
hay que poner uno
para colgarlo en la pared.
Marco
Es un animal que en la película
le regalan unas botas
y es lo que hace
que sus amigos
lo llamen así.
El gato con botas
En la película unos
niños sueñan con él
también juega
con campanilla,
al principio no creen ella.
Peter pan
Es nombre de chico
Marcos
Viene para navidad
volando en un trineo
con muchos regalos.
Papa Noel
Es un ave y también
sabe chapurrear
como por ejemplo
un loro.
Papagayo
CUENTOS CLÁSICOS DE HOY Y MAÑANA
LOS TRES CERDITOS
En el corazón del bosque vivían
tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba
persiguiéndolos para comérselos. Para escapar del lobo, los
cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja,
para acabar antes y poder irse a jugar.
El
mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano
pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El
mayor trabajaba pacientemente en su casa de ladrillo.
-Ya
verán lo que hace el lobo con sus casas -riñó a sus hermanos
mientras éstos se divertían en grande.
El
lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su
casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja
derrumbó.
El
lobo persiguió al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en
casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita
de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.
Casi
sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del
hermano mayor.
Los
tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas.
El lobo sopló y sopló, pero no pudo derribar la fuerte casa de
ladrillos. Entonces se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún
sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el
tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al
fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior
de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó
de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el
bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.
BAMBI
Había llegado la primavera. El bosque estaba muy lindo. Los animalitos despertaban del largo invierno y esperaban todos un feliz acontecimiento.
- ¡Ha nacido el cervatillo! ¡El príncipe del bosque ha nacido! -anunciaba Tambor el conejito, mientras corría de un lado a otro.
Todos los animalitos fueron a visitar al pequeño ciervo, a quien su mamá puso el nombre de Bambi. El cervatillo se estiró e intentó levantarse. Sus patas largas y delgadas le hicieron caer una y otra vez. Finalmente, consiguió mantenerse en pie.
Tambor se convirtió en un maestro para el pequeño. Con él aprendió muchas cosas mientras jugaban en el bosque.
Pasó el verano y llegó el tan temido invierto. Al despertar una mañana, Bambi descubrió que todo el bosque estaba cubierto de nieve. Era muy divertido tratar de andar sobre ella. Pero también descubrió que el invierno era muy triste, pues apenas había comida.
Cierto día vio cómo corría un grupo de ciervos mayores. Se quedó admirado al ver al que iba delante de todos. Era más grande y fuerte que los demás. Era el Gran Príncipe del Bosque.
Aquel día la mamá de Bambi se mostraba inquieta. Olfateaba el ambiente tratando de descubrir qué ocurría. De pronto, oyó un disparo y dijo a Bambi que corriera sin parar. Bambi corrió y corrió hasta lo más espeso del bosque. Cuando se volvió para buscar a su mamá vio que ya no venía. El pobre Bambi lloró mucho.
- Debes ser valiente porque tu mamá no volverá. Vamos, sígueme -le dijo el Gran Príncipe del Bosque.
Bambi había crecido mucho cuando llegó la primavera. Cierto día, mientras bebía agua en el estanque, vio reflejada en el agua una cierva detrás de él. Era bella y ágil y pronto se hicieron amigos.
Una mañana, Bambi se despertó asustado. Desde lo alto de la montaña vio un campamento de cazadores. Corrió haciá allá y encontró a su amiga rodeada de perros. Bambi le ayudó a escapar y ya no se separaron más. Cuando llegó la primavera, Falina, que así se llamaba la cierva, tuvo dos crías. Eran los hijos de Bambi que, con el tiempo, llegó a ser el Gran Príncipe del Bosque.
Si por el bosque has de pasear, no hagas a los animales ninguna maldad.
BLANCA-NIEVES
Y LOS SIETE ENANITOS
Había una vez hace mucho
tiempo, allá en el norte, a la mitad del invierno, cuando los copos
de nieve caen como plumas desde el cielo, una reina que gustaba de
coser sentada junto a una ventana que tenía los marcos hechos de
ébano negro. Y mientras cosía y miraba hacia afuera el caer de la
nieve , se punzó uno de sus dedos, y tres gotas de sangre cayeron
sobre algunos copos de nieve que habían entrado por la ventana. Y
vio aquella sangre preciosa sobre la blanca nieve, y pensó:
-"¡Oh!, ¡Si yo
llegara a tener una niña que tuviera el blanco de la nieve, el rojo
de la sangre, y el negro del ébano del marco de esta ventana!"-
Pronto tuvo la dicha de
tener una linda niña, que era tan blanca como la nieve, sus mejillas
rojas como la sangre, y su cabello tan negro como el ébano. Por lo
tanto la llamó Blanca-Nieves. Pero poco después de nacer la niña,
la reina murió.
Después de pasado un año,
el rey tomó otra esposa. Era bella, pero orgullosa y engreída, y no
soportaba que existiera otra mujer que la sobrepasara en hermosura.
Ella poseía un espejo mágico, y cuando se colocaba al frente y se
miraba en él, le decía:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
Y el espejo contestaba:
-"Tú, gran reina,
eres la más bella de todas."-
Y ella quedaba satisfecha,
porque sabía que el espejo le decía siempre la verdad.
Unos años después el rey
falleció, pero Blanca-Nieves fue creciendo, y crecía más y más
bondadosa, educada y preparada cada día, y cuando ya estaba joven
era tan bella en su espíritu, como un día primaveral, y por todas
sus buenas cualidades superaba en mucho a la belleza física de la
misma reina.
Y llegó al fin un día en
que la reina preguntó de nuevo:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
El espejo contestó:
-"Tú eres
físicamente la más bella de todas las mujeres que hay por aquí,
excepto por Blanca-Nieves, a quien su bondad la hace ser aún más
bella que tú. Así lo creo."-
Entonces la reina se
enfureció, y su tez se tornó amarilla y verde de la envidia. A
partir de entonces, donde quiera que viera a Blanca-Nieves, su
corazón se estremecía en su pecho, y llegó a odiar muchísimo a la
muchacha.
A medida que la envidia y
el orgullo crecían más y más en su corazón como una maleza, así
también dejaba de tener paz en el día y en la noche.
En un momento dado, no
soportando más, llamó a un cazador y le dijo:
-"Llévate a la
muchacha adentro del bosque, no quiero tenerla más a mi vista.
Mátala, y tráeme su corazón al regreso como prueba."-
El cazador obedeció y la
llevó lejos, pero cuando él sacó su cuchillo, y estaba a punto de
herir a la inocente Blanca-Nieves, ella, llorando le dijo:
-"¡Ay, querido
cazador, déjame vivir! Yo me internaré lejos en la espesura y nunca
más volveré a casa de nuevo."-
Y como ella era tan dulce
y buena, el cazador tuvo piedad y dijo:
-"Corre, vete lejos,
pobre muchacha."-
-"Las bestias
salvajes pronto la devorarán."- se pensó él.
Y sintió como si una
enorme y pesada piedra se hubiera escapado de su pecho, ante el hecho
de que ya no era necesario que tuviera que matarla. Y justo en ese
momento un joven jabalí se acercó por donde él estaba, le sacó el
corazón y se lo llevó a la reina como prueba de que la joven había
muerto.
Ahora la pobre muchacha se
hallaba sola en el gran bosque, y tan aterrorizada que hasta las
hojas de los árboles la asustaban. Entonces empezó a correr, y
saltaba sobre filosas piedras y punzantes espinos, y las bestias
salvajes corrían tras ella, pero no le hacían daño.
Ella corrió tan lejos
como pudieron darle sus piernas hasta la llegada del anochecer.
Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella a dormir.
Todo lo que había en la cabaña era pequeño, pero tan limpio y
aseado como no podría describirse. Había una mesa con un mantel
blanco y siete platos pequeños, y con cada plato una cucharita. Es
más, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas.
Y contra la pared se hallaban siete pequeñas camas una junto a la
otra y cubiertas con colchas tan blanquitas como la nieve.
La joven Blanca-Nieves
estaba tan hambrienta y sedienta que ella tomó y comió un poquito
de vegetales y pan de cada platito y bebió una gota de vino de
cada jarrita, porque no deseaba coger todo de un mismo plato y jarra.
Entonces, al estar tan cansada, trató de acomodarse en alguna
camita, pero a como iba probando, ninguna le asentaba bien, hasta que
llegó a la última que sí le sirvió, y ahí se quedó. Dijo su
oración, y se acomodó a dormir.
Cuando ya había
oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos
que cavaban y extraían oro y piedras preciosas en las montañas.
Encendieron sus siete candelas, y con su luz observaron que alguien
había estado allí, pues las cosas no estaban exactamente en el
orden en que las acostumbraban tener.
El primero dijo:
-"¿Quién se ha
sentado en mi silla?"-
El segundo:
-"¿Quien comió de
mi plato?"-
El tercero:
-"¿Quién cogió
parte de mi pan?"-
El cuarto:
-"¿Quién tomó
parte de mis vegetales?"-
El quinto:
-"¿Quien usó mi
tenedor?"-
El sexto:
-"¿Quién usó mi
cuchillo?"-
El séptimo:
-"¿Quien bebió de
mi jarra?"-
Entonces el primero
observó alrededor y vio que había un pequeño hundimiento en su
cama y dijo:
-"¿Quién se ha
metido en mi cama?"-
Y los demás fueron a
revisar sus camas, diciendo:
-"Alguien ha estado
en nuestras camas también"-
Pero cuando el séptimo
miró en su cama, vio a Blanca-Nieves, quien dormía profundamente
allí.
Y llamó a los demás,
quienes llegaron corriendo, y suspiraron con asombro, y trajeron sus
siete candelas para alumbrar mejor a la joven Blanca-Nieves.
-"¡Oh, cielos!, ¡Oh,
cielos!"- susurraban - "¡Que encantadora
muchacha!"-
Y les encantó tanto que
no la despertaron, y la dejaron dormir en la cama. Y el séptimo
enano se acomodó entre sus compañeros, turnándose a ratos de un
lugar a otro por toda la noche.
Cuando llegó el amanecer,
Blanca-Nieves despertó, y se asustó cuando vio a los siete enanos.
Pero ellos fueron amistosos y le preguntaron su nombre.
-"Mi nombre es
Blanca-Nieves."- contestó.
-"¿Y cómo fue que
llegaste a nuestra cabaña?"- preguntaron los enanos.
Ella les dijo que la reina
la mandó a matar, pero que el cazador le salvó la vida, y que
corrió durante todo el día, hasta que por fin encontró su
vivienda. Los enanos dijeron:
-"Si puedes tomar
cuidado de nuestra casa, cocinar, arreglar las camas, lavar, coser y
tejer, y mantienes todo limpio y nítido, puedes quedarte lo que
quieras por nada."-
-"Sí, claro."-
respondió ella, -"Con todo mi corazón."- y se quedó con
ellos.
Les mantuvo su casa en
orden. Ellos iban en las mañanas a las montañas a buscar oro y
piedras preciosas, y al atardecer regresaban, encontrando ya lista su
cena al llegar.
La joven tenía que
quedarse sola todo el día, por lo que los buenos enanos siempre le
decían:
-"Ten cuidado de la
reina, pronto se enterará de que estás aquí, así que no dejes
entrar a nadie."-
Mientras tanto, la reina,
creyendo que ya Blanca-Nieves no estorbaba, no hacía otra cosa más
que pensar en que ella era de nuevo la más hermosa. Y fue donde el
espejo y dijo:
-"Espejito, espejito, que estás en
la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
y el espejo contestó:
-"Oh, reina, tú eres
lo más bello que yo he podido ver,
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
La reina se quedó
atónita, pues sabía que el espejo jamás mentía, y comprendió que
el cazador la traicionó, y que por eso Blanca-Nieves aún vivía.
Y pensó y pensó de nuevo
cómo podría matarla, para que aquella no siguiera siendo la más
bella en el mundo. Y la envidia no la dejaba descansar. Cuando ya
hubo meditado sobre qué hacer, se pintó la cara, y se disfrazó
como una vieja vendedora, de tal manera que nadie la hubiera
reconocido. Con ese disfraz se dirigió a la montaña a la casa de
los siete enanos, tocó la puerta y gritó:
-"¡Vendo bellas
cosas, baratitas, baratitas!"-
La joven Blanca-Nieves se
asomó por la ventana y la llamó:
-"¡Buenos días, mi
buena señora, qué es lo que tiene para vender?"-
-"Buenas cosas y
bellas cosas"- contestó, -"lazos de muchos colores para
lucir en la garganta"-, y ella jaló uno que estaba
confeccionado con finas y coloridas sedas.
-"Voy a pagarle a esa
viejita"- pensó Blanca-Nieves.
Quitó la cerradura a la
puerta y compró el lazo, y se lo colocó ella misma.
-"Jovencita"-
dijo la mujer, -"Qué mal te lo pusiste. Permíteme ponértelo
adecuadamente de una vez."-
Blanca-Nieves no sosHabía
una vez hace mucho tiempo, allá en el norte, a la mitad del
invierno, cuando los copos de nieve caen como plumas desde el cielo,
una reina que gustaba de coser sentada junto a una ventana que tenía
los marcos hechos de ébano negro. Y mientras cosía y miraba hacia
afuera el caer de la nieve , se punzó uno de sus dedos, y tres gotas
de sangre cayeron sobre algunos copos de nieve que habían entrado
por la ventana. Y vio aquella sangre preciosa sobre la blanca nieve,
y pensó:
-"¡Oh!, ¡Si yo
llegara a tener una niña que tuviera el blanco de la nieve, el rojo
de la sangre, y el negro del ébano del marco de esta
ventana!"-
Pronto tuvo la dicha de
tener una linda niña, que era tan blanca como la nieve, sus mejillas
rojas como la sangre, y su cabello tan negro como el ébano. Por lo
tanto la llamó Blanca-Nieves. Pero poco después de nacer la niña,
la reina murió.
Después de pasado un año,
el rey tomó otra esposa. Era bella, pero orgullosa y engreída, y no
soportaba que existiera otra mujer que la sobrepasara en hermosura.
Ella poseía un espejo mágico, y cuando se colocaba al frente y se
miraba en él, le decía:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
Y el espejo contestaba:
-"Tú, gran reina,
eres la más bella de todas."-
Y ella quedaba satisfecha,
porque sabía que el espejo le decía siempre la verdad.
Unos años después el rey
falleció, pero Blanca-Nieves fue creciendo, y crecía más y más
bondadosa, educada y preparada cada día, y cuando ya estaba joven
era tan bella en su espíritu, como un día primaveral, y por todas
sus buenas cualidades superaba en mucho a la belleza física de la
misma reina.
Y llegó al fin un día en
que la reina preguntó de nuevo:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
El espejo contestó:
-"Tú eres
físicamente la más bella de todas las mujeres que hay por aquí,
excepto por Blanca-Nieves, a quien su bondad la hace ser aún más
bella que tú. Así lo creo."-
Entonces la reina se
enfureció, y su tez se tornó amarilla y verde de la envidia. A
partir de entonces, donde quiera que viera a Blanca-Nieves, su
corazón se estremecía en su pecho, y llegó a odiar muchísimo a la
muchacha.
A medida que la envidia y
el orgullo crecían más y más en su corazón como una maleza, así
también dejaba de tener paz en el día y en la noche.
En un momento dado, no
soportando más, llamó a un cazador y le dijo:
-"Llévate a la
muchacha adentro del bosque, no quiero tenerla más a mi vista.
Mátala, y tráeme su corazón al regreso como prueba."-
El cazador obedeció y la
llevó lejos, pero cuando él sacó su cuchillo, y estaba a punto de
herir a la inocente Blanca-Nieves, ella, llorando le dijo:
-"¡Ay, querido
cazador, déjame vivir! Yo me internaré lejos en la espesura y nunca
más volveré a casa de nuevo."-
Y como ella era tan dulce
y buena, el cazador tuvo piedad y dijo:
-"Corre, vete lejos,
pobre muchacha."-
-"Las bestias
salvajes pronto la devorarán."- se pensó él.
Y sintió como si una
enorme y pesada piedra se hubiera escapado de su pecho, ante el hecho
de que ya no era necesario que tuviera que matarla. Y justo en ese
momento un joven jabalí se acercó por donde él estaba, le sacó el
corazón y se lo llevó a la reina como prueba de que la joven había
muerto.
Ahora la pobre muchacha se
hallaba sola en el gran bosque, y tan aterrorizada que hasta las
hojas de los árboles la asustaban. Entonces empezó a correr, y
saltaba sobre filosas piedras y punzantes espinos, y las bestias
salvajes corrían tras ella, pero no le hacían daño.
Ella corrió tan lejos
como pudieron darle sus piernas hasta la llegada del anochecer.
Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella a dormir.
Todo lo que había en la cabaña era pequeño, pero tan limpio y
aseado como no podría describirse. Había una mesa con un mantel
blanco y siete platos pequeños, y con cada plato una cucharita. Es
más, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas.
Y contra la pared se hallaban siete pequeñas camas una junto a la
otra y cubiertas con colchas tan blanquitas como la nieve.
La joven Blanca-Nieves
estaba tan hambrienta y sedienta que ella tomó y comió un poquito
de vegetales y pan de cada platito y bebió una gota de vino de
cada jarrita, porque no deseaba coger todo de un mismo plato y jarra.
Entonces, al estar tan cansada, trató de acomodarse en alguna
camita, pero a como iba probando, ninguna le asentaba bien, hasta que
llegó a la última que sí le sirvió, y ahí se quedó. Dijo su
oración, y se acomodó a dormir.
Cuando ya había
oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos
que cavaban y extraían oro y piedras preciosas en las montañas.
Encendieron sus siete candelas, y con su luz observaron que alguien
había estado allí, pues las cosas no estaban exactamente en el
orden en que las acostumbraban tener.
El primero dijo:
-"¿Quién se ha
sentado en mi silla?"-
El segundo:
-"¿Quien comió de
mi plato?"-
El tercero:
-"¿Quién cogió
parte de mi pan?"-
El cuarto:
-"¿Quién tomó
parte de mis vegetales?"-
El quinto:
-"¿Quien usó mi
tenedor?"-
El sexto:
-"¿Quién usó mi
cuchillo?"-
El séptimo:
-"¿Quien bebió de
mi jarra?"-
Entonces el primero
observó alrededor y vio que había un pequeño hundimiento en su
cama y dijo:
-"¿Quién se ha
metido en mi cama?"-
Y los demás fueron a
revisar sus camas, diciendo:
-"Alguien ha estado
en nuestras camas también"-
Pero cuando el séptimo
miró en su cama, vio a Blanca-Nieves, quien dormía profundamente
allí.
Y llamó a los demás,
quienes llegaron corriendo, y suspiraron con asombro, y trajeron sus
siete candelas para alumbrar mejor a la joven Blanca-Nieves.
-"¡Oh, cielos!, ¡Oh,
cielos!"- susurraban - "¡Que encantadora
muchacha!"-
Y les encantó tanto que
no la despertaron, y la dejaron dormir en la cama. Y el séptimo
enano se acomodó entre sus compañeros, turnándose a ratos de un
lugar a otro por toda la noche.
Cuando llegó el amanecer,
Blanca-Nieves despertó, y se asustó cuando vio a los siete enanos.
Pero ellos fueron amistosos y le preguntaron su nombre.
-"Mi nombre es
Blanca-Nieves."- contestó.
-"¿Y cómo fue que
llegaste a nuestra cabaña?"- preguntaron los enanos.
Ella les dijo que la reina
la mandó a matar, pero que el cazador le salvó la vida, y que
corrió durante todo el día, hasta que por fin encontró su
vivienda. Los enanos dijeron:
-"Si puedes tomar
cuidado de nuestra casa, cocinar, arreglar las camas, lavar, coser y
tejer, y mantienes todo limpio y nítido, puedes quedarte lo que
quieras por nada."-
-"Sí, claro."-
respondió ella, -"Con todo mi corazón."- y se quedó con
ellos.
Les mantuvo su casa en
orden. Ellos iban en las mañanas a las montañas a buscar oro y
piedras preciosas, y al atardecer regresaban, encontrando ya lista su
cena al llegar.
La joven tenía que
quedarse sola todo el día, por lo que los buenos enanos siempre le
decían:
-"Ten cuidado de la
reina, pronto se enterará de que estás aquí, así que no dejes
entrar a nadie."-
Mientras tanto, la reina,
creyendo que ya Blanca-Nieves no estorbaba, no hacía otra cosa más
que pensar en que ella era de nuevo la más hermosa. Y fue donde el
espejo y dijo:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
y el espejo contestó:
-"Oh, reina, tú eres
lo más bello que yo he podido ver,
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
La reina se quedó
atónita, pues sabía que el espejo jamás mentía, y comprendió que
el cazador la traicionó, y que por eso Blanca-Nieves aún vivía.
Y pensó y pensó de nuevo
cómo podría matarla, para que aquella no siguiera siendo la más
bella en el mundo. Y la envidia no la dejaba descansar. Cuando ya
hubo meditado sobre qué hacer, se pintó la cara, y se disfrazó
como una vieja vendedora, de tal manera que nadie la hubiera
reconocido. Con ese disfraz se dirigió pechó nada y se mantuvo
junto a ella y dejó que le montara el nuevo lazo. Pero la vieja
mujer lo puso tan rápido y tan apretado que Blanca-Nieves perdió el
sentido y la respiración, y cayó al suelo como muerta.
-"Ahora ya soy la más
bella."- se decía a sí misma la reina, y se alejó
rápidamente.
No mucho rato después, al
atardecer, regresaron los siete enanos, pero se sintieron totalmente
perturbados cuando vieron a su amada Blanca-Nieves yaciendo en el
suelo, y que no se movía ni respondía y parecía como si estuviera
muerta. La incorporaron y vieron que tenía un lazo muy apretado. Lo
cortaron y ella comenzó a respirar lentamente, y al cabo de un rato
se recuperó totalmente. Cuando los enanos escucharon lo que había
pasado dijeron:
-"La vieja vendedora
no era otra persona más que la malvada reina. Ten mucha precaución
y no te acerques a nadie mientras no estemos contigo."-
Pero la perversa mujer, al
llegar a su habitación, fue inmediatamente donde el espejo y
preguntó:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
y el espejo contestó:
-"Oh, reina, tú eres
lo más bello que yo he podido ver,
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
Cuando ella oyó aquello,
toda su sangre se le subió a la cabeza con furia, de saber que
Blanca-Nieves seguía aún con vida.
-"Pero ahora"-
se dijo, "pensaré algo que será tu final."
Y con ayuda de algo de
brujería, en lo cual ella era experta, se fabricó un venenoso
peine. Y tomó una nueva apariencia, con la forma de otra vieja
mujer. Entonces volvió a ir a la casa de los siete enanos, tocó a
la puerta y gritó con otra voz:
-"¡Vendo cosas
buenas y baratas, baratas!"-
Blanca-Nieves se asomó y
le dijo:
-"¡Váyase! ¡No
puedo dejar entrar a nadie!"-
-"Supongo que al
menos podrías mirar."- dijo la vieja.
Y sacó el venenoso peine
y lo sostuvo en alto.Y le gustó tanto a la muchacha que la sedujo y
abrió la puerta. Una vez hecha la compra, la vieja mujer dijo:
-"Ahora te peinaré
apropiadamente como debe ser de una vez."-
La pobre Blanca-Nieves de
nuevo no tuvo suspicacia, y dejó que la vieja hiciera como quiso.
Pero no más había colocado el peine en su cabellera, cuando
enseguida el veneno hizo efecto, y la joven cayó al suelo sin
sentido.
-"Tú, modelo de
bondad"- dijo la malvada mujer, -"ya estás lista."- y
se marchó.
Pero afortunadamente ya
casi era el atardecer, la hora de regreso de los siete enanos. Cuando
llegaron y vieron a Blanca-Nieves en el suelo, como muerta, enseguida
sospecharon de la reina. La revisaron y encontraron el peine
envenenado en la cabellera. Entonces de nuevo le recordaron a ella
estar siempre en guardia y no abrir la puerta a nadie.
La reina, de nuevo en
casa, corrió al espejo y dijo:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
y el espejo contestó:
-"Oh, reina, tú eres
lo más bello que yo he podido ver,
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
pero en las montañas, sobre las colinas, donde viven los siete enanos,
Blanca-Nieves aún vive con muy buena salud,
y no hay ninguna, que por su bondad, sea más bella que ella."-
Cuando ella oyó al espejo
hablar así, se estremeció y golpeteó con rabia.
-"Blanca-Nieves
deberá morir"- gritó ella, -"aunque me cuesta la vida."-
Inmediatamente bajó a un
salón secreto, solitario, donde nadie más que ella podía llegar, y
allí hizo una muy venenosa manzana. Por fuera la manzana se vería
preciosa, con unos pómulos rojizos muy atrayentes, que cualquiera
que la viera desearía tomarla, pero quien mordiera aún una pequeña
porción, de seguro moriría.
Cuando estuvo terminada la
manzana, se pintó la cara, y se vistió como una campesina, y así
regresó a la casa de los siete enanos en la montaña. Tocó a la
puerta. Blanca-Nieves asomó su cabeza por la ventana y dijo:
-"¡No puedo abrirle
a nadie!, los enanos me lo han prohibido!
-"Me da lo mismo"-
contestó la mujer, -"Pronto terminaré con mis manzanas. Pero
te obsequiaré una para ti."-
-"No"- dijo
Blanca-Nieves, -"No debo aceptar nada."-
-"¿Temes que estén
envenenadas?"- dijo la vieja mujer. -"Mira, cortaré la
manzana en dos piezas. Tú te comes la orilla roja, y yo la parte
blanca."-
La manzana estaba tan
perfectamente confeccionada, que solamente la parte roja contenía el
veneno. Blanca-Nieves deseaba la manzana, y cuando vio que la mujer
comía tranquilamente su parte blanca, no resistió más y tomó en
sus manos la porción envenenada. Pero no había terminado de
saborear el primer bocado, cuando cayó como muerta. Entonces la
reina la miró con una mirada terrorífica, y se rió fuertísimo
diciendo:
-"¡Blanca como la
nieve, roja como la sangre y negra como la madera de ébano! Esta vez
los enanos no podrán reanimarte de nuevo"-
Y ya en su
habitación, cuando preguntó al espejo:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
al fin le dijo:
-"Oh, reina, en este
mundo, tú eres la más bella de todas."-
Entonces su envidioso
corazón sintió descanso, si es que un corazón envidioso puede
llegar a tener algún descanso.
Cuando regresaron los
enanos al atardecer, encontraron de nuevo a Blanca-Nieves yaciendo en
el suelo. No se le sentía respirar y parecía muerta. La levantaron,
la revisaron a ver si encontraban algo venenoso, le soltaron lazos,
revisaron su cabellera, la lavaron con agua y vino, pero todo fue en
vano. La pobre muchacha seguía como muerta. La colocaron entonces en
un ataúd, y los siete se sentaron alrededor y lloraron por ella, y
lloraron durante tres largos días.
Entonces ellos fueron a
enterrarla, pero lucía tan linda como si estuviera viva, y aún
conservaba sus rojas mejillas. Ellos dijeron:
-"No la enterremos en
la oscura tierra."-
Y construyeron un ataúd
de cristal transparente, de modo que pudiera ser vista de todos
lados, y la colocaron allí, y escribieron su nombre en letras
doradas, y que era hija del rey. Entonces pusieron el ataúd en lo
claro de la montaña, y uno de ellos siempre se quedaba acompañándola
y vigilándola. Y llegaron también aves y lloraron por ella. Primero
un búho, luego un cuervo, y de último una paloma.
Y ahora Blanca-Nieves
estuvo por largo tiempo en el ataúd, y no cambiaba nada en absoluto,
siempre aparentando que estaba dormida, porque era blanca como la
nieve, roja como la sangre, y su cabello negro como el ébano.
Sucedió sin embargo, que
el hijo de otro rey llegó al bosque, y fue a la casa de los enanos a
pasar la noche. Y vio el ataúd en la montaña con la bella
Blanca-Nieves dentro de él, y leyó las letras doradas que los
enanos le habían escrito. Entonces dijo a los enanos:
-"Permítanme
llevármela con el ataúd, yo le daré a ustedes lo que pidan por
ella."-
Pero los enanos
respondieron:
-"No la dejaríamos
ir por todo el oro del mundo."-
Entonces les dijo:
-"Permítanme tenerla
como un obsequio, porque no podría vivir sin ver a Blanca-Nieves. Yo
la honraré y valoraré como mi más amada posesión."
Al hablar de ese modo, los
enanos se compadecieron y le entregaron el ataúd.
Ahora el hijo del rey la
hizo cargar en los hombros de sus sirvientes. Pero ocurrió que
tropezaron con la raíz de un árbol, y con el golpe, el pedacito de
manzana envenenada que Blanca-Nieves había mordido, salió disparado
de su boca. Y al momento ella abrió los ojos, levantó la tapa del
ataúd, se sentó, y una vez más le volvió la conciencia.
-"¡Oh, cielos!,
¿dónde estoy?" - preguntó sorprendida.
El hijo del rey, lleno de
gozo, dijo:
-"Estás conmigo."-
Y le contó todo lo
acontecido y agregó:
-"Te quiero más que
nada en el mundo, ven conmigo al palacio de mi padre, y te haré mi
esposa."-
Blanca-Nieves aceptó y
fue con él, y su boda fue celebrada con gran ceremonia y esplendor.
Pero la malvada reina también fue invitada a la fiesta. Cuando ella
ya se había arreglado glamorosamente en espléndidos vestidos, fue
al espejo y le dijo:
-"Espejito, espejito,
que estás en la pared ¿Quién en esta tierra es la más bella?"-
y el espejo contestó:
-"Oh, reina, eres lo
más bello que yo he visto,
pero la joven reina, por
su bondad, es aún más bella que tú.
Entonces la perversa mujer
maldijo todo, y se sentía tan infeliz, pero tan infeliz, que no
sabía qué hacer. Al principio no quería ir a la boda del todo,
pero no tenía paz, y decidió ir a conocer a la joven princesa. Y
cuando ingresó al salón, reconoció a Blanca-Nieves, y quedó
paralizada de rabia y rencor, y no se pudo mover. Pero ya se habían
preparado unas zapatillas con polvo de pimientos picantes, que fueron
traídas por los sirvientes, y las pusieron al frente de ella.
Entonces fue forzada a ponerse aquellas zapatillas, y bailó y bailó
hasta que cayó exhausta de agotamiento. Y desde entonces fue llevada
a una habitación aislada donde pasó el resto de sus días.
CAPERUCITA
ROJA
Había
una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja
y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba
Caperucita Roja.
-Un
día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que
vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se
entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso,
ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita
Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña
tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita,
pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos
amigos: los pájaros, las ardillas...
De
repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
-
¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
-
A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
-No
está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita
puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo
se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy
contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los
pasteles.
Mientras
tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la
puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador
que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El
lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada,
se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho,
pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La
niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
-
Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
-
Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la
abuela.
-
Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-
Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
-
Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
-
Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se
abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho
con la abuelita.
Mientras
tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar
las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si
todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y
los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta
y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El
cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y
Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para
castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y
luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado
sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo
para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de
cabeza y se ahogó.
En
cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto,
pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su
Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el
camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones
de su Abuelita y de su Mamá.
LOS
SIETE CABRITILLOS
En
una bonita casa del bosque vivía mamá cabra con sus siete
cabritillos. Una mañana mamá cabra le dijo a sus hijos que tenía
que ir a la ciudad a comprar y de forma insistente les dijo:
"Queridos hijitos, ya sabéis que no tenéis que abrirle la
puerta a nadie. Vosotros jugad y no le abráis a nadie". "¡Sí
mamá. No le abriremos a nadie la puerta." La mamá de los
cabritillos temía que el lobo la viera salir y fuera a casa a
comerse a sus hijitos. Ella, preocupada, al salir por la puerta
volvió a decir: "Hijitos, cerrar la puerta con llave y no le
abráis la puerta a nadie, puede venir el lobo." El mayor de los
cabritillos cerró la puerta con llave.
Al ratito llaman a la puerta. "¿Quién es?", dijo un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá", dijo el lobo, que intentaba imitar la voz de la mamá cabra. "No, no, tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la voz fina y tú la tienes ronca." El lobo se marchó y fue en busca del huevero y le dijo: "Dame cinco huevos para que mi voz se aclare." El lobo tras comerse los huevos tuvo una voz más clara. De nuevo llaman a la puerta de las casa de los cabritillos. "¿Quién es?". "Soy yo, vuestra mamá." "Asoma la patita por debajo de la puerta." Entonces el lobo metió su oscura y peluda pata por debajo de la puerta y los cabritillos dijeron: "¡No, no! tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la pata blanquita." El lobo enfadado pensó: "Qué listos son estos cabritillos, pero se van a enterar, voy a ir al molino a pedirle al molinero harina para poner mi para muy blanquita." Así lo hizo el lobo y de nuevo fue a casa de los cabritillos. "¿Quién es?", dice un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá." "Enseña la patita por debajo de la puerta." El lobo metió su pata, ahora blanquita, por debajo de la puerta y todos los cabritillos dijeron: "¡Sí, sí! Es nuestra mamá, abrid la puerta." Entonces el lobo entró en la casa y se comió a seis de los cabritillos, menos a uno, el más pequeño, que se había escondido en la cajita del reloj.
El lobo con una barriga muy gorda salió de la casa hacia el río, bebió agua y se quedó dormido al lado del río. Mientras tanto mamá cabra llegó a casa. Al ver la puerta abierta entró muy nerviosa gritando: "¡Hijitos, dónde estáis! ¡ Hijitos, dónde estáis!". Una voz muy lejana decía: "¡Mamá, mamá!". "¿Dónde estás, hijo mío?". "Estoy aquí, en la cajita del reloj." La mamá cabra sacó al menor de sus hijos de la cajita del reloj, y el cabritillo le contó que el lobo había venido y se había comido a sus seis hermanitos. La mamá cabra le dijo a su hijito que cogiera hilo y una aguja, y juntos salieron a buscar al lobo. Le encontraron durmiendo profundamente. La mamá cabra abrió la barriga del lobo, sacó a sus hijitos, la llenó de piedras, luego la cosió y todos se fueron contentos. Al rato el lobo se despertó: "¡Oh¡ ¡Qué sed me ha dado comerme a estos cabritillos!". Se arrastró por la tierra para acercarse al río a beber agua, pero al intentar beber, cayó al río y se ahogó, pues no podía moverse, ya que su barriga estaba llena de muchas y pesadas piedras. Al legar a casa, la mamá regañó a los cabritillos diciéndoles que no debieron desobedecerla, pues mira lo que había pasado.
Al ratito llaman a la puerta. "¿Quién es?", dijo un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá", dijo el lobo, que intentaba imitar la voz de la mamá cabra. "No, no, tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la voz fina y tú la tienes ronca." El lobo se marchó y fue en busca del huevero y le dijo: "Dame cinco huevos para que mi voz se aclare." El lobo tras comerse los huevos tuvo una voz más clara. De nuevo llaman a la puerta de las casa de los cabritillos. "¿Quién es?". "Soy yo, vuestra mamá." "Asoma la patita por debajo de la puerta." Entonces el lobo metió su oscura y peluda pata por debajo de la puerta y los cabritillos dijeron: "¡No, no! tú no eres nuestra mamá, nuestra mamá tiene la pata blanquita." El lobo enfadado pensó: "Qué listos son estos cabritillos, pero se van a enterar, voy a ir al molino a pedirle al molinero harina para poner mi para muy blanquita." Así lo hizo el lobo y de nuevo fue a casa de los cabritillos. "¿Quién es?", dice un cabritillo. "Soy yo, vuestra mamá." "Enseña la patita por debajo de la puerta." El lobo metió su pata, ahora blanquita, por debajo de la puerta y todos los cabritillos dijeron: "¡Sí, sí! Es nuestra mamá, abrid la puerta." Entonces el lobo entró en la casa y se comió a seis de los cabritillos, menos a uno, el más pequeño, que se había escondido en la cajita del reloj.
El lobo con una barriga muy gorda salió de la casa hacia el río, bebió agua y se quedó dormido al lado del río. Mientras tanto mamá cabra llegó a casa. Al ver la puerta abierta entró muy nerviosa gritando: "¡Hijitos, dónde estáis! ¡ Hijitos, dónde estáis!". Una voz muy lejana decía: "¡Mamá, mamá!". "¿Dónde estás, hijo mío?". "Estoy aquí, en la cajita del reloj." La mamá cabra sacó al menor de sus hijos de la cajita del reloj, y el cabritillo le contó que el lobo había venido y se había comido a sus seis hermanitos. La mamá cabra le dijo a su hijito que cogiera hilo y una aguja, y juntos salieron a buscar al lobo. Le encontraron durmiendo profundamente. La mamá cabra abrió la barriga del lobo, sacó a sus hijitos, la llenó de piedras, luego la cosió y todos se fueron contentos. Al rato el lobo se despertó: "¡Oh¡ ¡Qué sed me ha dado comerme a estos cabritillos!". Se arrastró por la tierra para acercarse al río a beber agua, pero al intentar beber, cayó al río y se ahogó, pues no podía moverse, ya que su barriga estaba llena de muchas y pesadas piedras. Al legar a casa, la mamá regañó a los cabritillos diciéndoles que no debieron desobedecerla, pues mira lo que había pasado.
CENICIENTA
Había una vez un
gentilhombre que se casó en segundas nupcias con una mujer, la más
altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijas por
el estilo y que se le parecían en todo.
El marido, por su lado,
tenía una hija, pero de una dulzura y bondad sin par; lo había
heredado de su madre que era la mejor persona del mundo.
Junto con realizarse la
boda, la madrasta dio libre curso a su mal carácter; no pudo
soportar las cualidades de la joven, que hacían aparecer todavía
más odiables a sus hijas. La obligó a las más viles tareas de la
casa: ella era la que fregaba los pisos y la vajilla, la que limpiaba
los cuartos de la señora y de las señoritas sus hijas; dormía en
lo más alto de la casa, en una buhardilla, sobre una mísera
pallasa, mientras sus hermanas ocupaban habitaciones con parquet,
donde tenían camas a la última moda y espejos en que podían
mirarse de cuerpo entero.
La pobre muchacha
aguantaba todo con paciencia, y no se atrevía a quejarse ante su
padre, de miedo que le reprendiera pues su mujer lo dominaba por
completo. Cuando terminaba sus quehaceres, se instalaba en el rincón
de la chimenea, sentándose sobre las cenizas, lo que le había
merecido el apodo de Culocenizón. La menor, que no era tan mala como
la mayor, la llamaba Cenicienta; sin embargo Cenicienta, con sus
míseras ropas, no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus
hermanas que andaban tan ricamente vestidas.
Sucedió que el hijo del
rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas;
nuestras dos señoritas también fueron invitadas, pues tenían mucho
nombre en la comarca. Helas aquí muy satisfechas y preocupadas de
elegir los trajes y peinados que mejor les sentaran; nuevo trabajo
para Cenicienta pues era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas
y plisaba los adornos de sus vestidos. No se hablaba más que de la
forma en que irían trajeadas.
-Yo, dijo la mayor, me
pondré mi vestido de terciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra.
-Yo, dijo la menor, iré
con mi falda sencilla; pero en cambio, me pondré mi abrigo con
flores de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasarán
desapercibidos.
Manos expertas se
encargaron de armar los peinados de dos pisos y se compraron lunares
postizos. Llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, pues tenía
buen gusto. Cenicienta las aconsejó lo mejor posible, y se ofreció
incluso para arreglarles el peinado, lo que aceptaron. Mientras las
peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría
ir al baile?
-Ay, señoritas, os estáis
burlando, eso no es cosa para mí.
-Tienes razón, se reirían
bastante si vieran a un Culocenizón entrar al baile.
Otra que Cenicienta les
habría arreglado mal los cabellos, pero ella era buena y las peinó
con toda perfección.
Tan contentas estaban que
pasaron cerca de dos días sin comer. Más de doce cordones rompieron
a fuerza de apretarlos para que el talle se les viera más fino, y se
lo pasaban delante del espejo.
Finalmente, llegó el día
feliz; partieron y Cenicienta las siguió con los ojos y cuando las
perdió de vista se puso a llorar. Su madrina, que la vio anegada en
lágrimas, le preguntó qué le pasaba.
-Me gustaría... me
gustaría...
Lloraba tanto que no pudo
terminar. Su madrina, que era un hada, le dijo:
-¿Te gustaría ir al
baile, no es cierto?
-¡Ay, sí!, -dijo
Cenicienta suspirando.
-¡Bueno, te portarás
bien!, -dijo su madrina-, yo te haré ir.
La llevó a su cuarto y le
dijo:
-Ve al jardín y tráeme
un zapallo.
Cenicienta fue en el acto
a coger el mejor que encontró y lo llevó a su madrina, sin poder
adivinar cómo este zapallo podría hacerla ir al baile. Su madrina
lo vació y dejándole solamente la cáscara, lo tocó con su varita
mágica e instantáneamente el zapallo se convirtió en un bello
carruaje todo dorado.
En seguida miró dentro de
la ratonera donde encontró seis ratas vivas. Le dijo a Cenicienta
que levantara un poco la puerta de la trampa, y a cada rata que salía
le daba un golpe con la varita, y la rata quedaba automáticamente
transformada en un brioso caballo; lo que hizo un tiro de seis
caballos de un hermoso color gris ratón. Como no encontraba con qué
hacer un cochero:
-Voy a ver -dijo
Cenicienta-, si hay algún ratón en la trampa, para hacer un
cochero.
-Tienes razón, -dijo su
madrina-, anda a ver.
Cenicienta le llevó la
trampa donde había tres ratones gordos. El hada eligió uno por su
imponente barba, y habiéndolo tocado quedó convertido en un cochero
gordo con un precioso bigote. En seguida, ella le dijo:
-Baja al jardín,
encontrarás seis lagartos detrás de la regadera; tráemelos.
Tan pronto los trajo, la
madrina los trocó en seis lacayos que se subieron en seguida a la
parte posterior del carruaje, con sus trajes galoneados, sujetándose
a él como si en su vida hubieran hecho otra cosa. El hada dijo
entonces a Cenicienta:
-Bueno, aquí tienes para
ir al baile, ¿no estás bien aperada?
-Es cierto, pero, ¿podré
ir así, con estos vestidos tan feos?
Su madrina no hizo más
que tocarla con su varita, y al momento sus ropas se cambiaron en
magníficos vestidos de paño de oro y plata, todos recamados con
pedrerías; luego le dio un par de zapatillas de cristal, las más
preciosas del mundo.
Una vez ataviada de este
modo, Cenicienta subió al carruaje; pero su madrina le recomendó
sobre todo que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que
si se quedaba en el baile un minuto más, su carroza volvería a
convertirse en zapallo, sus caballos en ratas, sus lacayos en
lagartos, y que sus viejos vestidos recuperarían su forma primitiva.
Ella prometió a su madrina que saldría del baile antes de la
medianoche. Partió, loca de felicidad.
El hijo del rey, a quien
le avisaron que acababa de llegar una gran princesa que nadie
conocía, corrió a recibirla; le dio la mano al bajar del carruaje y
la llevó al salón donde estaban los comensales. Entonces se hizo un
gran silencio: el baile cesó y los violines dejaron de tocar, tan
absortos estaban todos contemplando la gran belleza de esta
desconocida. Sólo se oía un confuso rumor:
-¡Ah, qué hermosa es!
El mismo rey, siendo
viejo, no dejaba de mirarla y de decir por lo bajo a la reina que
desde hacía mucho tiempo no veía una persona tan bella y graciosa.
Todas las damas observaban con atención su peinado y sus vestidos,
para tener al día siguiente otros semejantes, siempre que existieran
telas igualmente bellas y manos tan diestras para confeccionarlos. El
hijo del rey la colocó en el sitio de honor y en seguida la condujo
al salón para bailar con ella. Bailó con tanta gracia que fue un
motivo más de admiración.
Trajeron exquisitos
manjares que el príncipe no probó, ocupado como estaba en
observarla. Ella fue a sentarse al lado de sus hermanas y les hizo
mil atenciones; compartió con ellas los limones y naranjas que el
príncipe le había obsequiado, lo que las sorprendió mucho, pues no
la conocían. Charlando así estaban, cuando Cenicienta oyó dar las
once y tres cuartos; hizo al momento una gran reverenda a los
asistentes y se fue a toda prisa.
Apenas hubo llegado, fue a
buscar a su madrina y después de darle las gracias, le dijo que
desearía mucho ir al baile al día siguiente porque el príncipe se
lo había pedido. Cuando le estaba contando a su madrina todo lo que
había sucedido en el baile, las dos hermanas golpearon a su puerta;
Cenicienta fue a abrir.
-¡Cómo habéis tardado
en volver! -les dijo bostezando, frotándose los ojos y estirándose
como si acabara de despertar; sin embargo no había tenido ganas de
dormir desde que se separaron.
-Si hubieras ido al baile
-le dijo una de las hermanas-, no te habrías aburrido; asistió la
más bella princesa, la más bella que jamás se ha visto; nos hizo
mil atenciones, nos dio naranjas y limones.
Cenicienta estaba radiante
de alegría. Les preguntó el nombre de esta princesa; pero
contestaron que nadie la conocía, que el hijo del rey no se
conformaba y que daría todo en el mundo por saber quién era.
Cenicienta sonrió y les dijo:
-¿Era entonces muy
hermosa? Dios mío, felices vosotras, ¿no podría verla yo? Ay,
señorita Javotte, prestadme el vestido amarillo que usáis todos los
días.
-Verdaderamente -dijo la
señorita Javotte-, ¡no faltaba más! Prestarle mi vestido a tan feo
Culocenizón... tendría que estar loca.
Cenicienta esperaba esta
negativa, y se alegró, pues se habría sentido bastante confundida
si su hermana hubiese querido prestarle el vestido.
Al día siguiente las dos
hermanas fueron al baile, y Cenicienta también, pero aún más
ricamente ataviada que la primera vez. El hijo del rey estuvo
constantemente a su lado y diciéndole cosas agradables; nada
aburrida estaba la joven damisela y olvidó la recomendación de su
madrina; de modo que oyó tocar la primera campanada de medianoche
cuando creía que no eran ni las once. Se levantó y salió
corriendo, ligera como una gacela. El príncipe la siguió, pero no
pudo alcanzarla; ella había dejado caer una de sus zapatillas de
cristal que el príncipe recogió con todo cuidado.
Cenicienta llegó a casa
sofocada, sin carroza, sin lacayos, con sus viejos vestidos, pues no
le había quedado de toda su magnificencia sino una de sus
zapatillas, igual a la que se le había caído.
Preguntaron a los porteros
del palacio si habían visto salir a una princesa; dijeron que no
habían visto salir a nadie, salvo una muchacha muy mal vestida que
tenía más aspecto de aldeana que de señorita.
Cuando sus dos hermanas
regresaron del baile, Cenicienta les preguntó si esta vez también
se habían divertido y si había ido la hermosa dama. Dijeron que sí,
pero que había salido escapada al dar las doce, y tan rápidamente
que había dejado caer una de sus zapatillas de cristal, la más
bonita del mundo; que el hijo del rey la había recogido dedicándose
a contemplarla durante todo el resto del baile, y que sin duda estaba
muy enamorado de la bella personita dueña de la zapatilla. Y era
verdad, pues a los pocos días el hijo del rey hizo proclamar al son
de trompetas que se casaría con la persona cuyo pie se ajustara a la
zapatilla.
Empezaron probándola a
las princesas, en seguida a las duquesas, y a toda la corte, pero
inútilmente. La llevaron donde las dos hermanas, las que hicieron
todo lo posible para que su pie cupiera en la zapatilla, pero no
pudieron. Cenicienta, que las estaba mirando, y que reconoció su
zapatilla, dijo riendo:
-¿Puedo probar si a mí
me calza?
Sus hermanas se pusieron a
reír y a burlarse de ella. El gentilhombre que probaba la zapatilla,
habiendo mirado atentamente a Cenicienta y encontrándola muy linda,
dijo que era lo justo, y que él tenía orden de probarla a todas las
jóvenes. Hizo sentarse a Cenicienta y acercando la zapatilla a su
piececito, vio que encajaba sin esfuerzo y que era hecha a su medida.
Grande fue el asombro de
las dos hermanas, pero más grande aún cuando Cenicienta sacó de su
bolsillo la otra zapatilla y se la puso. En esto llegó la madrina
que, habiendo tocado con su varita los vestidos de Cenicienta, los
volvió más deslumbrantes aún que los anteriores.
Entonces las dos hermanas
la reconocieron como la persona que habían visto en el baile. Se
arrojaron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos
que le habían infligido. Cenicienta las hizo levantarse y les dijo,
abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y les rogó que
siempre la quisieran.
Fue conducida ante el
joven príncipe, vestida como estaba. Él la encontró más bella que
nunca, y pocos días después se casaron. Cenicienta, que era tan
buena como hermosa, hizo llevar a sus hermanas a morar en el palacio
y las casó en seguida con dos grandes señores de la corte.
EL GATO CON
BOTAS
Erase una vez un viejo
molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su muerte
hizo llamar a sus tres hijos.
"Mirad, quiero repartiros lo
poco que tengo antes de morirme".
Al mayor le dejó el
molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó lo
último que le quedaba, el gato.
Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos
mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeño cogió
unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se
fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo
la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó
una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la
bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo impresionado por
el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato
tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la
bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para
entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás,
que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.
Pasaron los días y el
gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día,
el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se
enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea.
"¡Amo,
Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis
instrucciones."
El amo no entendía muy bien lo que el gato
le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó.
"¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río."
Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el
momento que se acercaban el gato chilló:
"¡Socorro!
¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!".
El
rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que
pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués.
Se vistió el marqués y se subió a la carroza.
El gato con
botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del
pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos
eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo
-dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del
ogro y decidió acercarse a hablar con él.
"¡Señor Ogro!,
me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo
así que he venido a ver si es verdad."
El ogro enfurecido
de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en
un feroz león.
"Muy bien, -dijo el gato- pero eso era
fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero,
¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no,
mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un
pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se
abalanzó sobre él y se lo comió.
En ese instante sintió pasar
las carrozas y salió a la puerta chillando:
"¡Amo, Amo!
Vamos, entrad."
El rey quedó maravillado de todas las
posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y
compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como
el marqués vivieron felices y comieron perdices.
EL PATITO FEO
En una hermosa mañana primaveral, una
hermosa y fuerte pata empollaba sus huevos y mientras lo hacía,
pensaba en los hijitos fuertes y preciosos que pronto iba a tener. De
pronto, empezaron a abrirse los cascarones. A cada cabeza que
asomaba, el corazón le latía con fuerza. Los patitos empezaron a
esponjarse mientras piaban a coro. La madre los miraba eran todos tan
hermosos, únicamente habrá uno, el último, que resultaba algo
raro, como más gordo y feo que los demás. Poco a poco, los patos
fueron creciendo y aprendiendo a buscar entre las hierbas los más
gordos gusanos, y a nadar y bucear en el agua. Cada día se les veía
más bonitos. Únicamente aquel que nació el último iba cada día
más largo de cuello y más gordo de cuerpo…. La madre pata estaba
preocupada y triste ya que todo el mundo que pasaba por el lado del
pato lo miraba con rareza. Poco a poco el vecindario lo empezó a
llamar el “patito feo” y hasta sus mismos hermanos lo
despreciaban porque lo veían diferente a ellos.
El patito se sentía muy desgraciado y
muy sólo y decidió irse de allí. Cuando todos fueron a dormir, él
se escondió entre unos juncos, y así emprendió un largo camino
hasta que, de pronto, vio un molino y una hermosa joven echando trigo
a las gallinas. Él se acercó con recelo y al ver que todos callaban
decidió quedarse allí a vivir. Pero al poco tiempo todos empezaron
a llamarle “patito feo”, “pato gordo”…, e incluso el gallo
lo maltrataba. Una noche escuchó a los dueños del molino decir:
“Ese pato está demasiado gordo; lo vamos a tener que asar”. El
pato enmudeció de miedo y decidió que esa noche huiría de allí.
Durante todo el invierno estuvo deambulando de un sitio para otro sin
encontrar donde vivir, ni con quién. Cuando llegó por fin la
primavera, el pato salió de su cobijo para pasear. De pronto, vio a
unos hermosos cisnes blancos, de cuello largo, y el patito decidió
acercarse a ellos. Los cisnes al verlo se alegraron y el pato se
quedó un poco asombrado, ya que nadie nunca se había alegrado de
verlo. Todos los cisnes lo rodearon y lo aceptaron desde un primer
momento. Él no sabía que le estaba pasando: de pronto, miró al
agua del lago y fue así como al ver su sombra descubrió que era un
precioso cisne más. Desde entonces vivió feliz y muy querido con su
nueva familia.
HANSEL Y GRETEL
LA CASITA DE CHOCOLATE
Junto
a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos
hijos; el niño se llamaba Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenían
qué comer, y en una época de carestía que sufrió el país, llegó
un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada
día. Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y
revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo;
finalmente, dijo, suspirando, a su mujer: - ¿Qué va a ser de
nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto que nada
nos queda? - Se me ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de
madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque.
Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los
dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar
el camino de vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer!
-replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre
mí el abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser
destrozados por las fieras. - ¡No seas necio! -exclamó ella-.
¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes
ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó de
importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan mucha lástima
-decía. Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre
desvelados, oyeron lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel,
entre amargas lágrimas, dijo a Hänsel: - ¡Ahora sí que estamos
perdidos! - No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te
aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. Y cuando los
viejos estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y salió
a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendoroso y
los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa,
relucían como plata pura. Hänsel los fue recogiendo hasta que no le
cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel:
- Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos abandonará
-y se acostó de nuevo. A las primeras luces del día, antes aún de
que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños: - ¡Vamos,
holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-. Y dando a
cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto para
mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel
se puso el pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los
bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del
bosque. Al cabo de un ratito de andar, Hänsel se detenía de cuando
en cuando, para volverse a mirar hacia la casa. Dijo el padre: -
Hänsel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y piernas
vivas! - Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está
diciendo adiós -respondió el niño. Y replicó la mujer: - Tonto,
no es el gato, sino el sol de la mañana, que se refleja en la
chimenea. Pero lo que estaba haciendo Hänsel no era mirar el gato,
sino ir echando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo
largo del camino. Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el
padre: - Recoged ahora leña, pequeños, os encenderé un fuego para
que no tengáis frío. Hänsel y Gretel reunieron un buen montón de
leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva
llama, dijo la mujer: - Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y
descansad, mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña.
Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros. Los dos hermanitos
se sentaron junto al fuego, y al mediodía, cada uno se comió su
pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos, creían que
su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una
rama que él había atado a un árbol seco, y que el viento hacía
chocar contra el tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí
sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se quedaron
profundamente dormidos. Despertaron, cuando ya era noche cerrada.
Gretel se echó a llorar, diciendo: - ¿Cómo saldremos del bosque?
Pero Hänsel la consoló: - Espera un poquitín a que brille la luna,
que ya encontraremos el camino. Y cuando la luna estuvo alta en el
cielo, el niño, cogiendo de la mano a su hermanita, guiose por las
guijas, que, brillando como plata batida, le indicaron la ruta.
Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba.
Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos,
exclamó: - ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas
horas en el bosque? ¡Creíamos que no queríais volver! El padre, en
cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la
conciencia por haberlos abandonado. Algún tiempo después hubo otra
época de miseria en el país, y los niños oyeron una noche cómo la
madrastra, estando en la cama, decía a su marido: - Otra vez se ha
terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó.
Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro
del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no
hay salvación para nosotros. Al padre le dolía mucho abandonar a
los niños, y pensaba: «Mejor harías partiendo con tus hijos el
último bocado». Pero la mujer no quiso escuchar sus razones, y lo
llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez, también
ha de ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para
negarse. Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la
conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido, levantóse
Hänsel con intención de salir a proveerse de guijarros, como la vez
anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer había cerrado la
puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla: - No
llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos
ayudará. A la madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos
de la cama y les dio su pedacito de pan, más pequeño aún que la
vez anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigajando el pan en
el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer
miguitas en el suelo. - Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás?
-preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te entretengas! - Estoy mirando
mi palomita, que desde el tejado me dice adiós. - ¡Bobo! -intervino
la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que brilla
en la chimenea. Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino.
La madrastra condujo a los niños aún más adentro del bosque, a un
lugar en el que nunca había estado. Encendieron una gran hoguera, y
la mujer les dijo: - Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis,
echad una siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando
hayamos terminado, volveremos a recogemos. A mediodía, Gretel partió
su pan con Hänsel, ya que él había esparcido el suyo por el
camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a
buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche
oscura. Hänsel consoló a Gretel diciéndole: - Espera un poco,
hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que
yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta. Cuando
salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una
sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por
el bosque. Dijo Hänsel a Gretel: - Ya daremos con el camino -pero no
lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente,
desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque;
sufrían además de hambre, pues no habían comido más que unos
pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan
cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, echáronse al
pie de un árbol y se quedaron dormidos.
Y amaneció el día
tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada
vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en
su ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Pero he aquí que
hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve,
posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se
detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y
emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita,
en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba
hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro
azúcar. - ¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí podremos sacar
el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú,
Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es. Se encaramó
el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía,
mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron
una voz suave que procedía del interior: «¿Será acaso la ratita
la que roe mi casita?» Pero los niños respondieron: «Es el viento,
es el viento que sopla violento». Y siguieron comiendo sin
desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosísimo,
desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se
sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abrióse entonces la
puerta bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se apoyaba en
una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que
tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo: -
Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo,
no os haré ningún daño. Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo
en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con
bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos
camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas,
creyéndose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable,
pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños
para cazarlos, y había construido la casita de pan con el único
objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo
guisaba y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. Las
brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en
cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que
desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió
que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una
risotada maligna: «¡Míos son; éstos no se me escapan!».
Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y,
al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan
sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: «¡Serán un buen
bocado!». Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, llevólo a un
pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. Gritó y protestó
el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Dirigióse
entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola
rudamente y gritándole: - Levántate, holgazana, ve a buscar agua y
guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que
engorde. Cuando esté bien cebado, me lo comeré. Gretel se echó a
llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los mandatos de la
bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas,
mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las
mañanas bajaba la vieja al establo y decía: - Hänsel, saca el
dedo, que quiero saber si estás gordo. Pero Hänsel, en vez del
dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala,
pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse
de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que
Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso
aguardar más tiempo: - Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar
agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré.
¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y
cómo le corrían las lágrimas por las mejillas! «¡Dios mío,
ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del
bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!». - ¡Basta de
lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte. Por la
madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y
encender fuego. - Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he
calentado el horno y preparado la masa -. Y de un empujón llevó a
la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas.
Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la
vieja. Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña
estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel
le adivinó el pensamiento y dijo: - No sé cómo hay que hacerlo;
¿cómo lo haré para entrar? - ¡Habráse visto criatura más tonta!
-replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría
pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la
cabeza en la boca del horno. Entonces Gretel, de un empujón, la
precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el
cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja! ¡Qué
gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada
hechicera hubo de morir quemada miserablemente. Corrió Gretel al
establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta,
exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja!
Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula.
¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno
del otro, y qué de abrazos y besos! Y como ya nada tenían que
temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones
encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. - ¡Más
valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de
ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: - También yo quiero llevar algo
a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería. - Vámonos
ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -. A
unas dos horas de andar llegaron a un gran río. - No podremos
pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela. - Ni
tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un
pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -. Y gritó:
«Patito, buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río. No
hay ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos
quieres llevar?». Acercóse el patito, y el niño se subió en él,
invitando a su hermana a hacer lo mismo. - No -replicó Gretel-,
sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras
otro. Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla
opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo
cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la
casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba
y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no había
tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a sus
hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó
Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron
por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus
bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres
felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
LA BELLA
DURMIENTE
Hace muchos años, en un
reino lejano, una reina dio a luz una hermosa niña.
Para la fiesta del bautizo, los reyes invitaron a todas las hadas del reino pero, desgraciadamente, se olvidaron de invitar a la más malvada.
Aunque no haya sido invitada, la hada maligna se presentó al castillo y, al pasar delante de la cuna de la pequeña, le puso un maleficio diciendo: " Al cumplir los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás". Al oír eso, un hada buena que estaba cerca, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: "Al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecerá dormida durante cien años y sólo el beso de un buen príncipe la despertará."
Pasaron los años y la princesita se convirtió en una muchacha muy hermosa. El rey había ordenado que fuesen destruidos todos los husos del castillo con el fin de evitar que la princesa pudiera pincharse. Pero eso de nada sirvió. Al cumplir los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar desconocido del castillo y allí se encontró con una vieja sorda que estaba hilando. La princesa le pidió que le dejara probar. Y ocurrió lo que el hada mala había previsto: la princesa se pinchó con el huso y cayó fulminada al suelo.
Después de variadas tentativas nadie consiguió vencer el maleficio y la princesa fue tendida en una cama llena de flores. Pero el hada buena no se daba por vencida. Tuvo una brillante idea. Si la princesa iba a dormir durante cien años, todos del reino dormirían con ella. Así, cuando la princesa despertarse tendría todos a su alrededor. Y así lo hizo. La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. En el castillo todo había enmudecido. Nada se movía, ni el fuego ni el aire. Todos dormidos.
Alrededor del castillo, empezó a crecer un extraño y frondoso bosque que fue ocultando totalmente el castillo en el transcurso del tiempo. Pero al término del siglo, un príncipe, que estaba de caza por allí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo.
El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio algo... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos. Luego se tranquilizó al comprobar que sólo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero fue en vano.
Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se despertó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: “¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado". El encantamiento se había roto.
La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de musica y de alegres risas con motivo de la boda.
Para la fiesta del bautizo, los reyes invitaron a todas las hadas del reino pero, desgraciadamente, se olvidaron de invitar a la más malvada.
Aunque no haya sido invitada, la hada maligna se presentó al castillo y, al pasar delante de la cuna de la pequeña, le puso un maleficio diciendo: " Al cumplir los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás". Al oír eso, un hada buena que estaba cerca, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: "Al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecerá dormida durante cien años y sólo el beso de un buen príncipe la despertará."
Pasaron los años y la princesita se convirtió en una muchacha muy hermosa. El rey había ordenado que fuesen destruidos todos los husos del castillo con el fin de evitar que la princesa pudiera pincharse. Pero eso de nada sirvió. Al cumplir los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar desconocido del castillo y allí se encontró con una vieja sorda que estaba hilando. La princesa le pidió que le dejara probar. Y ocurrió lo que el hada mala había previsto: la princesa se pinchó con el huso y cayó fulminada al suelo.
Después de variadas tentativas nadie consiguió vencer el maleficio y la princesa fue tendida en una cama llena de flores. Pero el hada buena no se daba por vencida. Tuvo una brillante idea. Si la princesa iba a dormir durante cien años, todos del reino dormirían con ella. Así, cuando la princesa despertarse tendría todos a su alrededor. Y así lo hizo. La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. En el castillo todo había enmudecido. Nada se movía, ni el fuego ni el aire. Todos dormidos.
Alrededor del castillo, empezó a crecer un extraño y frondoso bosque que fue ocultando totalmente el castillo en el transcurso del tiempo. Pero al término del siglo, un príncipe, que estaba de caza por allí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo.
El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio algo... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos. Luego se tranquilizó al comprobar que sólo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero fue en vano.
Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se despertó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: “¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado". El encantamiento se había roto.
La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de musica y de alegres risas con motivo de la boda.
Erase una vez... un mercader que, antes
de partir para un largo viaje de negocios, llamó a sus tres hijas
para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como
regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segunda un collar
de perlas y la tercera, que se llamaba Bella y era la más gentil, le
dijo a su padre: "Me bastará una rosa cortada con tus manos."
El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a
volver cuando una tormenta le pilló desprevenido. El viento soplaba
gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de
frío, el mercader de improviso vio brillar una luz en medio del
bosque. A medida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba
llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan
ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al
llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba
entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo. Entró
decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa
iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos
para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió
sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve
tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al
piso superior. A uno y otro lado de un pasillo larguísimo, asomaban
salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas
habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama
mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó
tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al
despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su
lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta. El
mercader desayunó y, despues de asearse un poco, bajó para darle
las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual
que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza
ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su
caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal
atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella,
e inclinándose cortó una rosa. Inesperadamente, de entre la
espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con
un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: "
¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y
dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis
rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!"
El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera:
¡Perdonarme!¡Perdonarme la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa
era para mi hija Bella, a la que prometí llevársela de mi viaje!"
La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré
marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El
mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando
el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas,
pero después de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo
tranquilizó diciendo: " Padre mio, haré cualquier cosa por ti.
No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la
vida! ¡Acompañarme hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!"
El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí.
De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos
que después..." De esta manera, Bella llegó al castillo y la
Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con
ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a
la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo
transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación
más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando
cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en
silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a
decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida
de que cada vez le gustaba más su conversación. Los días pasaban y
sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó
pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida,
no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido
tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente
quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo
aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si
tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré
rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y
este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la
Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder.
Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos. Al
regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no
será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus
familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la
Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico.
"¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre
está muy enfermo, quizá muriéndose! ¡Oh! Desearía tanto poderlo
ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este
castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato
volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a
los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que
puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto
la felicidad a una hija devota." le agradeció Bella feliz. El
padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a
su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar,
de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando. Los días
transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama
curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete
días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó
sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia
muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola:
"¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa
que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que
sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar
inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras
fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..Al llegar al
castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las
habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón
encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí,
reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se
abalanzó sobre el monstruo abrazándolo: "No te mueras! No te
mueras! Me casaré contigo!" Tras esas palabras, aconteció un
prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura
de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una
bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una
joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme
mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso
que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo
rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se
llama "El Castillo de la Rosa".
PETER PAN
En las afueras de la
ciudad de Londres, vivían tres hermanos: Wendy, Juan, y Miguel. A
Wendy, la mayor, le encantaba contar historias a sus hermanitos. Y
casi siempre eran sobre las aventuras de Peter Pan, un amigo que de
vez en cuando la visitaba.
Una noche, cuando estaban a punto de se acostaren, una preciosa lucecita entró en la habitación. Y dando saltos de alegría, los niños gritaron: - ¡¡Es Peter Pan y Campanilla!! Después de los saludos, Campanilla echó polvitos mágicos en los tres hermanos y ellos empezaron a volar mientras Peter Pan les decía: - ¡Nos vamos al País de Nunca Jamás! Los cinco niños volaron, volaron, como las cometas por el cielo. Y cuando se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: - Allí está el barco del temible Capitán Garfio. Y dijo a Campanilla:
- Por favor, Campanilla, lleva a mis amiguitos a un sitio mas abrigado, mientras yo me libro de este pirata pesado.
Pero Campanilla se sentía celosa de las atenciones que Peter tenía para con Wendy. Así que llevó a los niños a la isla y mintió a los Niños Perdidos que Wendy era mala.
Creyendo-se en las palabras del hada, ellos empezaron a decir cosas desagradables a la niña. Menos mal Peter llegó a tiempo para repararles. Y les preguntó:
- ¿Porque tratan mal a mi amiga Wendy? Y ellos contestaron
- Es que Campanilla nos dijo que ella era mala.
Peter Pan se quedó muy enfadado con Campanilla y le pidió explicaciones. Campanilla, colorada y arrepentida, pidió perdón a Peter y a sus amigos por lo que hizo. Pero la aventura en el País de Nunca Jamás solo acababa de empezar.
Peter llevó a sus amiguitos a visitaren la aldea de los indios Sioux. Allí, encontraron al gran jefe muy triste y preocupado. Y después de que Peter Pan le preguntara sobre lo sucedido, el gran jefe le dijo:
- Estoy muy triste porque mí hija Lili salió de casa pela mañana y hasta ahora no la hemos encontrado. Cómo Peter era el que cuidaba de todos en la isla, se comprometió con el Gran Jefe de encontrar a Lili. Con Wendy, Peter Pan buscó a la india por toda la isla hasta que la encontró prisionera del Capitán Garfio, en la playa de las sirenas. Lili estaba amarrada a una roca, mientras Garfio le amenazaba con dejarla allí hasta que la marea subiera, si no le contaba adonde era la casa de Peter Pan. La pequeña india, muy valiente, le contestaba que no iba a decírselo. Lo que ponía furioso al Capitán. Y cuando parecía que nada podía salvarla, de repente oyeron una voz:
- ¡Eh, Capitán Garfio, eres un bacalao, un cobarde!¡A ver si te atreves conmigo! Era Peter pan, que venía rescatar a la hija del Gran jefe indio. Después de liberar a Lili de las cuerdas, Peter empezó a luchar contra Garfio. De pronto, el Capitán empezó a oír el tic-tac que tanto le horrorizaba. Era el cocodrilo que se acercaba dejando a Garfio nervioso. Temblaba tanto que acabó cayéndose al mar. Y jamás se supo nada más del Capitán Garfio.
Peter devolvió a Lili a su aldea y el padre de la niña, muy contento, no sabía cómo dar las gracias a él. Así que preparó una gran fiesta para sus amiguitos, quiénes bailaron y pasaron muy bien.
Pero ya era tarde y los niños tenían que volver a su casa para dormir. Peter Pan y Campanilla os acompañaron en el viaje de vuelta. Y al despedirse, Peter les dijo:
- Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. Volveré para llevaros a una nueva aventura. ¡Adiós amigos!
- ¡Hasta luego Peter Pan! gritaron los niños mientras se metían debajo de la mantita porque hacía muchísimo frío.
Una noche, cuando estaban a punto de se acostaren, una preciosa lucecita entró en la habitación. Y dando saltos de alegría, los niños gritaron: - ¡¡Es Peter Pan y Campanilla!! Después de los saludos, Campanilla echó polvitos mágicos en los tres hermanos y ellos empezaron a volar mientras Peter Pan les decía: - ¡Nos vamos al País de Nunca Jamás! Los cinco niños volaron, volaron, como las cometas por el cielo. Y cuando se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: - Allí está el barco del temible Capitán Garfio. Y dijo a Campanilla:
- Por favor, Campanilla, lleva a mis amiguitos a un sitio mas abrigado, mientras yo me libro de este pirata pesado.
Pero Campanilla se sentía celosa de las atenciones que Peter tenía para con Wendy. Así que llevó a los niños a la isla y mintió a los Niños Perdidos que Wendy era mala.
Creyendo-se en las palabras del hada, ellos empezaron a decir cosas desagradables a la niña. Menos mal Peter llegó a tiempo para repararles. Y les preguntó:
- ¿Porque tratan mal a mi amiga Wendy? Y ellos contestaron
- Es que Campanilla nos dijo que ella era mala.
Peter Pan se quedó muy enfadado con Campanilla y le pidió explicaciones. Campanilla, colorada y arrepentida, pidió perdón a Peter y a sus amigos por lo que hizo. Pero la aventura en el País de Nunca Jamás solo acababa de empezar.
Peter llevó a sus amiguitos a visitaren la aldea de los indios Sioux. Allí, encontraron al gran jefe muy triste y preocupado. Y después de que Peter Pan le preguntara sobre lo sucedido, el gran jefe le dijo:
- Estoy muy triste porque mí hija Lili salió de casa pela mañana y hasta ahora no la hemos encontrado. Cómo Peter era el que cuidaba de todos en la isla, se comprometió con el Gran Jefe de encontrar a Lili. Con Wendy, Peter Pan buscó a la india por toda la isla hasta que la encontró prisionera del Capitán Garfio, en la playa de las sirenas. Lili estaba amarrada a una roca, mientras Garfio le amenazaba con dejarla allí hasta que la marea subiera, si no le contaba adonde era la casa de Peter Pan. La pequeña india, muy valiente, le contestaba que no iba a decírselo. Lo que ponía furioso al Capitán. Y cuando parecía que nada podía salvarla, de repente oyeron una voz:
- ¡Eh, Capitán Garfio, eres un bacalao, un cobarde!¡A ver si te atreves conmigo! Era Peter pan, que venía rescatar a la hija del Gran jefe indio. Después de liberar a Lili de las cuerdas, Peter empezó a luchar contra Garfio. De pronto, el Capitán empezó a oír el tic-tac que tanto le horrorizaba. Era el cocodrilo que se acercaba dejando a Garfio nervioso. Temblaba tanto que acabó cayéndose al mar. Y jamás se supo nada más del Capitán Garfio.
Peter devolvió a Lili a su aldea y el padre de la niña, muy contento, no sabía cómo dar las gracias a él. Así que preparó una gran fiesta para sus amiguitos, quiénes bailaron y pasaron muy bien.
Pero ya era tarde y los niños tenían que volver a su casa para dormir. Peter Pan y Campanilla os acompañaron en el viaje de vuelta. Y al despedirse, Peter les dijo:
- Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. Volveré para llevaros a una nueva aventura. ¡Adiós amigos!
- ¡Hasta luego Peter Pan! gritaron los niños mientras se metían debajo de la mantita porque hacía muchísimo frío.
PINOCHO
Hace mucho
tiempo, un carpintero llamado Gepeto, como se sentía
muy solo, cogió de su taller un trozo de madera y construyó un
muñeco llamado Pinocho.
–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga
vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de verdad.
Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio
vida al muñeco.
–¡Hola, padre! saludo Pinocho.
–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas partes.
–Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al
colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para
comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:
–Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero,
y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:
–¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que
bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían
vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos
y los pies.
–¡Bravo, bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
–¿Quieres formar parte de nuestro teatro? –le dijo el dueño del
teatro al acabar la función.
–No porque tengo que ir al colegio.
–Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado
–le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:
–¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? –dijo un gato muy
mentiroso que se encontró en el camino.
–Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
–¡Oh, vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es poco
dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?
–Sí, pero ¿cómo? –contestó Pinocho.
–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Campo de
los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.
–¿Y dónde está ese campo?
recursos
–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.
Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar
lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.
–¿Dónde perdiste las monedas?
–Al cruzar el río –dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a
llorar.
–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si
vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.
Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que
reían y saltaban muy contentos.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.
–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los
días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?
–¡Venga, vamos!
Entonces, apareció el Hada Azul.
–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.
–Sí –mintió Pinocho–, ya he estado allí.
Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho
se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió
de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido
a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua,
se lo había tragado una ballena.
–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.
Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro
vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.
–Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego
para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El
papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente, apareció el
Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que tocó
a Pinocho y lo convirtió en un niño de verdad.
muy solo, cogió de su taller un trozo de madera y construyó un
muñeco llamado Pinocho.
–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga
vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de verdad.
Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio
vida al muñeco.
–¡Hola, padre! saludo Pinocho.
–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas partes.
–Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al
colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para
comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:
–Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero,
y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:
–¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que
bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían
vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos
y los pies.
–¡Bravo, bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
–¿Quieres formar parte de nuestro teatro? –le dijo el dueño del
teatro al acabar la función.
–No porque tengo que ir al colegio.
–Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado
–le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:
–¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? –dijo un gato muy
mentiroso que se encontró en el camino.
–Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
–¡Oh, vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es poco
dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?
–Sí, pero ¿cómo? –contestó Pinocho.
–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Campo de
los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.
–¿Y dónde está ese campo?
recursos
–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.
Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar
lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.
–¿Dónde perdiste las monedas?
–Al cruzar el río –dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a
llorar.
–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si
vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.
Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que
reían y saltaban muy contentos.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.
–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los
días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?
–¡Venga, vamos!
Entonces, apareció el Hada Azul.
–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.
–Sí –mintió Pinocho–, ya he estado allí.
Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho
se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió
de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido
a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua,
se lo había tragado una ballena.
–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.
Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro
vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.
–Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego
para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El
papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente, apareció el
Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que tocó
a Pinocho y lo convirtió en un niño de verdad.
PULGARCITO
Había una vez un pobre
campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego, y su
esposa hilaba sentada junto a él, a la vez que lamentaban el
hallarse en un hogar sin niños.
—¡Qué triste es que no tengamos hijos! —dijo él—. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares todo es alegría y bullicio de criaturas.
—¡Es verdad! —contestó la mujer suspirando—.Si por lo menos tuviéramos uno, aunque fuera muy pequeño y no mayor que el pulgar, seríamos felices y lo amaríamos con todo el corazón.
Y ocurrió que el deseo se cumplió.
Resultó que al poco tiempo la mujer se sintió enferma y, después de siete meses, trajo al mundo un niño bien proporcionado en todo, pero no más grande que un dedo pulgar.
—Es tal como lo habíamos deseado —dijo—. Va a ser nuestro querido hijo, nuestro pequeño.
Y debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la comida, pero el niño no crecía y se quedó tal como era cuando nació. Sin embargo, tenía ojos muy vivos y pronto dio muestras de ser muy inteligente, logrando todo lo que se proponía.
Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.
—Ojalá tuviera a alguien para conducir la carreta —dijo en voz baja.
—¡Oh, padre! —exclamó Pulgarcito— ¡yo me haré cargo! ¡Cuenta conmigo! La carreta llegará a tiempo al bosque.
El hombre se echó a reír y dijo:
—¿Cómo podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo con las riendas.
—¡Eso no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondré en la oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir.
—¡Está bien! —contestó el padre, probaremos una vez.
Cuando llegó la hora, la madre enganchó la carreta y colocó a Pulgarcito en la oreja del caballo, donde el pequeño se puso a gritarle por dónde debía ir, tan pronto con “¡Hejjj!”, como un “¡Arre!”. Todo fue tan bien como con un conductor y la carreta fue derecho hasta el bosque. Sucedió que, justo en el momento que rodeaba un matorral y que el pequeño iba gritando “¡Arre! ¡Arre!” , dos extraños pasaban por ahí.
—¡Cómo es eso! —dijo uno— ¿Qué es lo que pasa? La carreta rueda, alguien conduce el caballo y sin embargo no se ve a nadie.
—Todo es muy extraño —asintió el otro—. Seguiremos la carreta para ver en dónde se para.
La carreta se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio sonde estaba la leña cortada. Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:
—Ya ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo.
El padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó a su hijo de la oreja del caballo, quien feliz se sentó sobre una brizna de hierba. Cuando los dos extraños divisaron a Pulgarcito quedaron tan sorprendidos que no supieron qué decir. Uno y otro se escondieron y se dijeron entre ellos:
—Oye, ese pequeño valiente bien podría hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.
Se dirigieron al campesino y le dijeron:
—Véndenos ese hombrecito; estará muy bien con nosotros.
—No —respondió el padre— es mi hijo querido y no lo vendería por todo el oro del mundo.
Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las ropas de su padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:
—Padre, véndeme; sabré cómo regresar a casa.
Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.
—¿En dónde quieres sentarte? —le preguntaron.
—¡Ah!, pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.
Cumplieron su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre se pusieron todos en camino. Viajaron hasta que anocheció y Pulgarcito dijo entonces:
—Bájenme al suelo, tengo necesidad.
—No, quédate ahí arriba —le contestó el que lo llevaba en su cabeza—. No me importa. Las aves también me dejan caer a menudo algo encima.
—No —respondió Pulgarcito—, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado.
—¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! —les gritó en tono burlón.
Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se introducía cada vez más profundo y como la oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado, salió de su escondite.
“Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros acechan”, pensó, “se puede uno fácilmente caer o lastimar”.
Felizmente, encontró una concha vacía de caracol.
—¡Gracias a Dios! —exclamó—, ahí dentro podré pasar la noche con tranquilidad; y ahí se introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:
—¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?
—¡Yo bien podría decírtelo! —se puso a gritar Pulgarcito.
—¿Qué es esto? —dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar a alguien.
Pararon para escuchar y Pulgarcito insistió:
—Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
—¿En dónde estás?
—Busquen aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz —contestó.
Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
—A ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
—¡Eh!, yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la habitación del cura y les iré pasando todo cuanto quieran.
—¡Está bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando llegaron a la casa, Pulgarcito se deslizó en la habitación y se puso a gritar con todas sus fuerzas.
—¿Quieren todo lo que hay aquí?
Los ladrones se estremecieron y le dijeron:
—Baja la voz para no despertar a nadie.
Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando:
—¿Qué quieren? ¿Les hace falta todo lo que aquí?
La cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se irguió en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco. Por fin recobraron el valor diciéndose:
—Ese hombrecito quiere burlarse de nosotros.
Regresaron y le cuchichearon:
—Vamos, nada de bromas y pásanos alguna cosa.
Entonces, Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—Sí, quiero darles todo: introduzcan sus manos.
La cocinera, que ahora sí oyó perfectamente, saltó de su cama y se acercó ruidosamente a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron como si llevasen el diablo tras de sí, y la criada, que no distinguía nada, fue a encender una vela. Cuando volvió, Pulgarcito, sin ser descubierto, se había escondido en el granero. La sirvienta, después de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar nada, acabó por volver a su cama y supuso que había soñado con ojos y orejas abiertos. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró un buen lugarcito para dormir. Quería descansar ahí hasta que amaneciera y después volver con sus padres, pero aún le faltaba ver otras cosas, antes de poder estar feliz en su hogar.
Como de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para darles de comer a los animales. Fue primero al granero, y de ahí tomó una brazada de paja, justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba dormido. Dormía tan profundamente que no se dio cuenta de nada y no despertó hasta que estuvo en la boca de la vaca que había tragado la paja.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Cómo pude caer en este molino triturador?
Pronto comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el estómago.
—He aquí una pequeña habitación a la que se omitió ponerle ventanas —se dijo—Y no entra el sol y tampoco es fácil procurarse una luz.
Esta morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba más paja por la puerta y que el espacio iba reduciéndose más y más. Entonces, angustiado, decidió gritar con todas sus fuerzas:
—¡Ya no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
La criada estaba ordeñando a la vaca y cuando oyó hablar sin ver a nadie, reconoció que era la misma voz que había escuchado por la noche, y se sobresaltó tanto que resbaló de su taburete y derramó toda la leche.
Corrió a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:
—¡Ay, Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!
—¡Está loca! —respondió el cura, quien se dirigió al establo a ver de qué se trataba.
Apenas cruzó el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:
—¡Ya no me enviéis más paja! ¡Ya no me enviéis más paja!
Ante esto, el mismo cura tuvo miedo, suponiendo que era obra del diablo y ordenó que se matara a la vaca. Entonces se sacrificó a la vaca; solamente el estómago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero. Pulgarcito intentó por todos los medios salir de ahí, pero en el instante en que empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia.
Un lobo hambriento, que acertó a pasar por ahí, se tragó el estómago de un solo bocado. Pulgarcito no perdió ánimo. “Quizá encuentre un medio de ponerme de acuerdo con el lobo”, pensaba. Y, desde el fondo de su panza, su puso a gritarle:
—¡Querido lobo, yo sé de un festín que te vendría mucho mejor!
—¿Dónde hay que ir a buscarlo? —contestó el lobo.
—En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y ahí encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú desees comer.
Y le describió minuciosamente la casa de sus padres.
El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto que ya no podía usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con que eso pasaría, comenzó a hacer un enorme escándalo dentro del vientre del lobo.
—¡Te quieres estar quieto! —le dijo el lobo—. Vas a despertar a todo el mundo.
—¡Tanto peor para ti! —contestó el pequeño—. ¿No has disfrutado ya? Yo también quiero divertirme.
Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despertó a su padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitación y miraron por las rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz.
—Quédate detrás de mí —dijo el hombre cuando entraron en el cuarto—. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le pegarás con la hoz y le desgarrarás el cuerpo.
Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
—¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
—¡Al fin! —dijo el padre—.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito. Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que éste cayó muerto. Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
—¡Qué suerte! —dijo el padre—. ¡Qué preocupados estábamos por ti!
—¡Si, padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin, puedo respirar el aire libre!
—Pues, ¿dónde te metiste?
—¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora, me quedaré a vuestro lado.
—Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.
Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.
—¡Qué triste es que no tengamos hijos! —dijo él—. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares todo es alegría y bullicio de criaturas.
—¡Es verdad! —contestó la mujer suspirando—.Si por lo menos tuviéramos uno, aunque fuera muy pequeño y no mayor que el pulgar, seríamos felices y lo amaríamos con todo el corazón.
Y ocurrió que el deseo se cumplió.
Resultó que al poco tiempo la mujer se sintió enferma y, después de siete meses, trajo al mundo un niño bien proporcionado en todo, pero no más grande que un dedo pulgar.
—Es tal como lo habíamos deseado —dijo—. Va a ser nuestro querido hijo, nuestro pequeño.
Y debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la comida, pero el niño no crecía y se quedó tal como era cuando nació. Sin embargo, tenía ojos muy vivos y pronto dio muestras de ser muy inteligente, logrando todo lo que se proponía.
Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.
—Ojalá tuviera a alguien para conducir la carreta —dijo en voz baja.
—¡Oh, padre! —exclamó Pulgarcito— ¡yo me haré cargo! ¡Cuenta conmigo! La carreta llegará a tiempo al bosque.
El hombre se echó a reír y dijo:
—¿Cómo podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo con las riendas.
—¡Eso no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondré en la oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir.
—¡Está bien! —contestó el padre, probaremos una vez.
Cuando llegó la hora, la madre enganchó la carreta y colocó a Pulgarcito en la oreja del caballo, donde el pequeño se puso a gritarle por dónde debía ir, tan pronto con “¡Hejjj!”, como un “¡Arre!”. Todo fue tan bien como con un conductor y la carreta fue derecho hasta el bosque. Sucedió que, justo en el momento que rodeaba un matorral y que el pequeño iba gritando “¡Arre! ¡Arre!” , dos extraños pasaban por ahí.
—¡Cómo es eso! —dijo uno— ¿Qué es lo que pasa? La carreta rueda, alguien conduce el caballo y sin embargo no se ve a nadie.
—Todo es muy extraño —asintió el otro—. Seguiremos la carreta para ver en dónde se para.
La carreta se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio sonde estaba la leña cortada. Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:
—Ya ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo.
El padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó a su hijo de la oreja del caballo, quien feliz se sentó sobre una brizna de hierba. Cuando los dos extraños divisaron a Pulgarcito quedaron tan sorprendidos que no supieron qué decir. Uno y otro se escondieron y se dijeron entre ellos:
—Oye, ese pequeño valiente bien podría hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.
Se dirigieron al campesino y le dijeron:
—Véndenos ese hombrecito; estará muy bien con nosotros.
—No —respondió el padre— es mi hijo querido y no lo vendería por todo el oro del mundo.
Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las ropas de su padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:
—Padre, véndeme; sabré cómo regresar a casa.
Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.
—¿En dónde quieres sentarte? —le preguntaron.
—¡Ah!, pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.
Cumplieron su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre se pusieron todos en camino. Viajaron hasta que anocheció y Pulgarcito dijo entonces:
—Bájenme al suelo, tengo necesidad.
—No, quédate ahí arriba —le contestó el que lo llevaba en su cabeza—. No me importa. Las aves también me dejan caer a menudo algo encima.
—No —respondió Pulgarcito—, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado.
—¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! —les gritó en tono burlón.
Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se introducía cada vez más profundo y como la oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado, salió de su escondite.
“Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros acechan”, pensó, “se puede uno fácilmente caer o lastimar”.
Felizmente, encontró una concha vacía de caracol.
—¡Gracias a Dios! —exclamó—, ahí dentro podré pasar la noche con tranquilidad; y ahí se introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:
—¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?
—¡Yo bien podría decírtelo! —se puso a gritar Pulgarcito.
—¿Qué es esto? —dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar a alguien.
Pararon para escuchar y Pulgarcito insistió:
—Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
—¿En dónde estás?
—Busquen aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz —contestó.
Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
—A ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
—¡Eh!, yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la habitación del cura y les iré pasando todo cuanto quieran.
—¡Está bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando llegaron a la casa, Pulgarcito se deslizó en la habitación y se puso a gritar con todas sus fuerzas.
—¿Quieren todo lo que hay aquí?
Los ladrones se estremecieron y le dijeron:
—Baja la voz para no despertar a nadie.
Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando:
—¿Qué quieren? ¿Les hace falta todo lo que aquí?
La cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se irguió en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco. Por fin recobraron el valor diciéndose:
—Ese hombrecito quiere burlarse de nosotros.
Regresaron y le cuchichearon:
—Vamos, nada de bromas y pásanos alguna cosa.
Entonces, Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—Sí, quiero darles todo: introduzcan sus manos.
La cocinera, que ahora sí oyó perfectamente, saltó de su cama y se acercó ruidosamente a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron como si llevasen el diablo tras de sí, y la criada, que no distinguía nada, fue a encender una vela. Cuando volvió, Pulgarcito, sin ser descubierto, se había escondido en el granero. La sirvienta, después de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar nada, acabó por volver a su cama y supuso que había soñado con ojos y orejas abiertos. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró un buen lugarcito para dormir. Quería descansar ahí hasta que amaneciera y después volver con sus padres, pero aún le faltaba ver otras cosas, antes de poder estar feliz en su hogar.
Como de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para darles de comer a los animales. Fue primero al granero, y de ahí tomó una brazada de paja, justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba dormido. Dormía tan profundamente que no se dio cuenta de nada y no despertó hasta que estuvo en la boca de la vaca que había tragado la paja.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Cómo pude caer en este molino triturador?
Pronto comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el estómago.
—He aquí una pequeña habitación a la que se omitió ponerle ventanas —se dijo—Y no entra el sol y tampoco es fácil procurarse una luz.
Esta morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba más paja por la puerta y que el espacio iba reduciéndose más y más. Entonces, angustiado, decidió gritar con todas sus fuerzas:
—¡Ya no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
La criada estaba ordeñando a la vaca y cuando oyó hablar sin ver a nadie, reconoció que era la misma voz que había escuchado por la noche, y se sobresaltó tanto que resbaló de su taburete y derramó toda la leche.
Corrió a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:
—¡Ay, Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!
—¡Está loca! —respondió el cura, quien se dirigió al establo a ver de qué se trataba.
Apenas cruzó el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:
—¡Ya no me enviéis más paja! ¡Ya no me enviéis más paja!
Ante esto, el mismo cura tuvo miedo, suponiendo que era obra del diablo y ordenó que se matara a la vaca. Entonces se sacrificó a la vaca; solamente el estómago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero. Pulgarcito intentó por todos los medios salir de ahí, pero en el instante en que empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia.
Un lobo hambriento, que acertó a pasar por ahí, se tragó el estómago de un solo bocado. Pulgarcito no perdió ánimo. “Quizá encuentre un medio de ponerme de acuerdo con el lobo”, pensaba. Y, desde el fondo de su panza, su puso a gritarle:
—¡Querido lobo, yo sé de un festín que te vendría mucho mejor!
—¿Dónde hay que ir a buscarlo? —contestó el lobo.
—En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y ahí encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú desees comer.
Y le describió minuciosamente la casa de sus padres.
El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto que ya no podía usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con que eso pasaría, comenzó a hacer un enorme escándalo dentro del vientre del lobo.
—¡Te quieres estar quieto! —le dijo el lobo—. Vas a despertar a todo el mundo.
—¡Tanto peor para ti! —contestó el pequeño—. ¿No has disfrutado ya? Yo también quiero divertirme.
Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despertó a su padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitación y miraron por las rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz.
—Quédate detrás de mí —dijo el hombre cuando entraron en el cuarto—. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le pegarás con la hoz y le desgarrarás el cuerpo.
Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
—¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
—¡Al fin! —dijo el padre—.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito. Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que éste cayó muerto. Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
—¡Qué suerte! —dijo el padre—. ¡Qué preocupados estábamos por ti!
—¡Si, padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin, puedo respirar el aire libre!
—Pues, ¿dónde te metiste?
—¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora, me quedaré a vuestro lado.
—Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.
Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.
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